Horrores cotidianos

AutorRoberto Herrera, Felipe Hernández, Juan Villalobos

Los habitantes de este siglo nos hemos vuelto unos sibaritas del miedo.

Buscamos experiencias-límite cada vez menos convencionales para descargar el excedente de adrenalina acumulada por nuestra existencia en un mundo desmitificado y cargado de insatisfacción, en el que casi todos los misterios han sido develados. En el que lo fantástico pareciera ser apenas una extensión virtual de lo real y en el que lo imposible adquiere dimensiones de realidad en el espejismo digital montado sobre una pantalla azul.

Son tiempos en los cuales la realidad supera con creces al horror timorato de nuestro miedo infantil. Ya nada, o casi nada nos asusta, especialmente, aquellas sencillas cosas macabras, hoy tomadas como kitsch, que antaño nos hacían temblar.

En contrapartida, hoy que encendemos el televisor o revisamos nuestra cuenta de Facebook, descubrimos un bizarro desfile de videos, fotografías y memes virales, que nos convencen de que la frontera entre lo creíble y lo increíble es apenas una delgadísima línea con tendencia a desaparecer. Las abominaciones cotidianas, aceleradas por los oprobios disfuncionales de una violenta familia global, terminan por cotidianizar nuestra capacidad de temor, de asombro, deshabilitándola como si se tratase de un malintencionado spam que le resta capacidad y memoria a nuestra disminuida PC de última generación.

Este sentimiento de desazón frente a la cada vez más huidiza experiencia del miedo, cobra presencia al leer la moderna literatura de terror y horror que ahora mismo abarrota nuestras librerías. Más allá de sus atractivas portadas y de sus innovadoras historias en las que cualquiera de nosotros puede ser el protagonista, está ese involuntario matiz de teatralidad novelesca, que como el cine hollywoodense, termina por traicionar la experiencia horrífica, por falsearla y convertirla en nostalgia.

El miedo verdadero reside hoy más en la nota roja periodística a la que nos ha acostumbrado la historia mexicana reciente, con sus decapitaciones y narcofosas, que en las ficciones literarias y cinematográficas.

Ese miedo básico y total al que Lovecraft llamó: "el temor a lo desconocido" que era parte de nuestra ficcionalidad, de ese individual "sentimiento de lo fantástico" descrito por Cortázar, en el que no se arriesga la vida sino la imaginación, se ha diluido, se ha perdido, ante la productiva fábrica de los horrores cotidianos y sus descarnados productos.

El nuevo recurso del miedo procede por caminos menos...

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