El infierno recuperado

AutorHéctor Zagal

En el siglo 21, seguimos debatiendo sobre el infierno y el diablo, dogmas del cristianismo romano. Los intelectuales afines al pensamiento ilustrado no creen en ellos. La gente de la calle parece preocupada, en cambio, por el demonio, a juzgar, al menos, por la proliferación de páginas web sobre el tema.

El tema se retomó recientemente porque Benedicto XVI afirmó al inicio de la Cuaresma que el infierno existe como lugar físico, declaración aparentemente contrapropuesta a otra de su predecesor Juan Pablo II. También en la homilía del 25 de marzo del 2007, Benedicto XVI dijo: "Jesús vino para decirnos que quiere que todos vayamos al paraíso, y que el infierno, del que se habla poco en nuestro tiempo, existe y es eterno para los que cierran el corazón a su amor".

En esta discusión hay que distinguir dos niveles. Primero está el aspecto de imaginería más o menos popular. En este rubro hay de todo: cuadros, libros, esculturas, tradiciones orales, películas. Pensemos, por ejemplo, en el infierno imaginado por Dante en la Divina comedia, o en el príncipe Satán, descrito por Milton en el Paraíso perdido. Este demonio, con alas de murciélago, patas y cuernos de macho cabrío, proviene de la iconografía de Mesopotamia. Éste ha sido el molde. Algunos lo han retratado un poco más humanoide, como lo pintó William Blake en su cuadro Abel.

Sin embargo, este demonio azufroso, que usa tridente y juguetea con su larga cola terminada en flecha, poco tiene que ver con el de los teólogos. La patrística antigua y, sobre todo, la escolástica medieval dedicaron muchas páginas al personaje. Por lo pronto, lo primero que brinca al neófito en demonología es que el diablo es un ángel, esto es, un espíritu puro, una persona racional y libre, pero sin cuerpo. Esta posición se encuentra sistematizada en la Suma de teología, de Tomas de Aquino, entre otras obras. El Pseudo Dionisio Areopagita, un cristiano imbuido de neoplatonismo, ejecutó la taxonomía angelical. En su tratado Sobre la jerarquía celestial describió las diferentes razas de ángeles -por decirlo de alguna manera. Dionisio los dividió en tres coros o tríadas.

El primer coro lo forman Serafines, Querubines y Tronos. Estos primeros, por ser los más próximos, debían pasar su existencia honrando al Señor. La segunda jerarquía la conforman Dominaciones, Potestades y Virtudes: vigilan que las órdenes del creador se cumplan. Y, en el último coro, se cuentan los Principados, Arcángeles y los Ángeles simples.

Esta...

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