Isabel Sepúlveda / Diez horas y media

AutorIsabel Sepúlveda

Eso tardamos en recorrer la fila de menos de un kilómetro, para atravesar la frontera México-Estados Unidos, en la garita de Columbia, Nuevo León, el domingo 26 de diciembre.

Las preocupaciones de familiares y amigos que nos recomendaban, pedían e imploraban no viajar por las autopistas mexicanas hacia el norte del País, por las historias de terror sucedidas a conocidos, y algunas otras relatadas en los noticieros, no doblegaron nuestra alegre y bien planeada intención de viajar por tierra, sólo de día -eso sí, ni por error de noche-, partiendo, con disciplina, a las 5:30 de la mañana, para arribar a las 3:30 de la tarde a la entrada de dicho paso fronterizo y pasar las vacaciones de fin de año en San Antonio, en casa de unos queridos amigos mexicanos.

Pura gozada, dirían los españoles, ese recorrido: las autopistas con tráfico fluido y en magnífico estado, con excepción del infame tramo Lagos de Moreno-Ojuelos (¿cuánto más tardarán las autoridades en arreglar el litigio para poder utilizar el tramo de esa autopista, ya construida?).

Lo que fue molestia al llegar y ver la inmensa fila continua de más de 300 autos, hasta nuestra orilla del Río Bravo, se convirtió en horror cuando empezó a caer la noche y el avance seguía lentísimo. Nadie quería regresar a Monterrey y menos a Nuevo Laredo, por aquello de los falsos retenes. En Columbia sólo está la garita, no hay población ni de éste ni del otro lado, por eso normalmente es más rápida. Tampoco hay hoteles y la última tiendita del camino ya nos quedaba lejos. No había de otra, más que armarse de paciencia y cuidar las provisiones o comprar a los vendedores ambulantes algo de comida y bebida, casi toda chatarra.

Es cierto que todo adulto es responsable de su propia seguridad y la de su familia al viajar. Pero también es responsabilidad del Gobierno crear las condiciones de seguridad y advertir a la población cuando hay riesgos posibles. En semejante embotellamiento, muy previsible por las fechas, sólo había un par de señores con chamarras del Sistema de Administración Tributaria de la Secretaría de Hacienda, prácticamente mudos, ordenando la fila. Si se les preguntaba, calculaban más o menos siete horas para todo el cruce y no sabían la hora de cierre de la garita: al principio decían que a las 6 de la tarde, después que a las 10 u 11 de la noche, dependiendo del lado americano. O sea: ¡Saaabe!

Ni una certeza por...

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