Isabel Turrent / De Berlín a Pekín

AutorIsabel Turrent

Hace 20 años, muchos en Estados Unidos celebraron la caída del Muro de Berlín, no sólo como una fiesta de la libertad -que lo fue-, sino como el "fin de la historia": la victoria definitiva de Estados Unidos, y sus modos de producir y gobernar, sobre la Unión Soviética, la única superpotencia que podía disputarle la supremacía mundial.

Con la desaparición del mundo bipolar que había dominado todo el periodo de posguerra, el siglo 21, que nació realmente en ese 1989, sería una centuria estadounidense. Se decía y se predecía que no habría conflicto que Washington y sus aliados europeos no pudieran resolver en el futuro: sin la URSS, esos conflictos serían locales -como el que había desatado Serbia en los Balcanes a principios de los noventa- o podrían enfriarse y encapsularse -como el choque entre palestinos e israelíes en el Medio Oriente-. Casi nadie pensó en incluir a Asia en el nuevo arreglo: el poderío naval norteamericano dominaba los océanos y las rutas comerciales alrededor de Oriente y Japón, una potencia económica floreciente pero sin poder militar, tenía una relación especial con Washington que apuntalaba su dominio en el Lejano Oriente.

Ese "fin de la historia" duró apenas 12 años: los atentados terroristas del 9/11 acabaron con la ilusión de los conflictos localizados y encapsulables. El nuevo enemigo no tenía dirección, ni respetaba fronteras. No había, por lo demás, posibilidad de negociar con los terroristas islámicos o imponerles un acuerdo, porque su guerra era contra Occidente y la modernidad en todas sus formas. La lucha contra un nuevo enemigo inasible llevó a Estados Unidos, primero a Afganistán, y luego a Iraq. Ambos conflictos fortalecieron a Irán, que no sólo no estaba dispuesto a conformarse a la teoría de los conflictos localizados, sino que pretendía pasar a formar parte del exclusivo club nuclear, y obligaron a Estados Unidos a buscar nuevos aliados en Asia: Pakistán e India. China fue calificada como un "rival estratégico" y la política de acercamiento que había empezado con Nixon en 1972, enviada al basurero de la historia.

China se refugió en una diplomacia de bajo perfil y concentró su relación con Estados Unidos en la esfera económica, a través de una interdependencia simbiótica que dio a luz un híbrido: Chimerica.

Hasta 2007, el arreglo caminó sobre ruedas: el hiperconsumo norteamericano apuntaló el explosivo desarrollo económico de China, que cuadruplicó su PNB entre 2000 y 2008, sustentado en exportaciones...

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