Isabel Turrent / De mujeres liberales

AutorIsabel Turrent

Todavía no se conocían las cifras desglosadas de la minoría de votantes que habían llevado a Donald Trump al poder con ayuda del Colegio Electoral, cuando millones de mujeres salieron a la calle en Estados Unidos para defender sus derechos y protestar por el resultado de la elección. Tenían razón. La campaña de Trump había roto los límites retóricos de la civilidad elemental que prevalecía antes de su irrupción en la política, usado los recursos financieros de poderosos grupos que apoyan a los republicanos, y había adoptado una nueva estrategia: la compra de datos de usuarios de internet para bombardear a su base -y a los indecisos- con mentiras y teorías conspiratorias.

Esta guerra digital estaba teñida, como la campaña por las elecciones parlamentarias ahora, de un racismo descarnado y, dado que su oponente demócrata era una mujer, de una misoginia que nadie se había atrevido a enarbolar abiertamente en una campaña política en la historia moderna de ese país. Trump no buscó derrotar a su oponente, más inteligente y preparada que él, con argumentos o programas de gobierno, sino que emprendió la demolición (genérica) de Hillary Clinton como ser humano.

Y lo logró. Sus seguidores corean y festejan aún ahora el llamado a "encarcelarla". Ni siquiera una grabación donde Trump alardeaba de hacer con las mujeres lo que quería porque era famoso disuadió a sus votantes cautivos: 53% de los hombres y 62% de los hombres blancos estadounidenses votaron por Trump.

Ese 21 de enero de 2017 las mujeres salieron a la calle (significativamente no llevaban mensajes de apoyo a Clinton), y meses después, empezaron a denunciar el acoso y los ataques sexuales que habían sufrido. Surgió el movimiento #MeToo (Yo también).

Algunos ofensores seriales perdieron su trabajo y su prestigio, pero a la vuelta de los meses, muchos otros han renacido de sus cenizas y han encontrado medios para publicar sus quejas y narrar cómo las acusaciones de sus víctimas habían "destruido" sus vidas. Sin mostrar, por cierto, ni comprensión de lo que hicieron (la confusión parece una epidemia que afecta la memoria de estos hombres que practican una masculinidad tóxica), ni empatía por las vidas de las mujeres que ellos destruyeron con sus actos. El último de ellos es el juez Brett Kavanaugh, que ocupa un asiento en la Suprema Corte, a pesar de las acusaciones de abuso sexual en su contra que Christine Blasey Ford...

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