Isabel Turrent / Teocracias enemigas

AutorIsabel Turrent

La lucha por el dominio político del Medio Oriente entre Saudi Arabia e Irán es el conflicto central del mundo islámico. La guerra geopolítica entre las dos grandes potencias petroleras es anterior a la caída del Shah de Irán, y el establecimiento en 1979 de una teocracia fundamentalista en Irán.

Con o sin ayatolas, el conflicto religioso latente entre el corazón de la vertiente shiíta del islam -Irán- y el régimen saudita, que resguarda las ciudades sagradas y la corriente más radical del islam sunita, ha recorrido toda la historia moderna del Medio Oriente.

El descubrimiento de grandes yacimientos petroleros en Irán y Saudi Arabia no hizo más que poner en manos de sus sucesivos gobernantes una inmensa riqueza, un peso desmedido en los asuntos internacionales, la posibilidad de armarse hasta los dientes y cimentar sueños de grandeza geopolíticos y religiosos de dimensiones napoleónicas.

Han manipulado su riqueza petrolera para subir y bajar casi a placer los precios de los hidrocarburos, para financiar alianzas y para atizar el fuego de las confrontaciones sectarias en la región.

La política y las intervenciones occidentales han alimentado la hoguera del choque entre Irán y Arabia Saudita. Bush apuntaló el expansionismo iraní al invadir Iraq en 2003 y acabar con su peor enemigo, Saddam Hussein.

La tibia intervención europea y norteamericana en la prolongada guerra civil en Siria (donde los saudíes apoyan a grupos rebeldes e iraníes al gobierno de Assad) ha generado descontento en Saudi Arabia. Y la firma del acuerdo con Irán que pospuso el avance de su industria nuclear, patrocinado y negociado por Washington, fue interpretado como una traición a la estrecha y vieja alianza (anti iraní) entre Estados Unidos y Arabia Saudita. Los saudíes respondieron diseñando una política exterior más independiente y, peor aún, abiertamente agresiva.

La ejecución del Sheikh shiíta Nimr al-Nimr (portavoz de la minoría shiíta en Saudi Arabia y crítico de las políticas discriminatorias del régimen), es no sólo un ejemplo de las prácticas bárbaras que se llaman justicia en Saudi Arabia (ejecutaron a 47), sino de la inédita autonomía de la política saudí.

El nuevo monarca que tomó el poder a principios del 2015, Salman bin Abdulaziz, tiene 80 años y por lo tanto una larga experiencia en los modos de la laberíntica y autocrática toma de decisiones en el reino. Pero su hijo Mohammed bin Salman, el príncipe heredero adjunto, que a los 30 años tiene en sus manos la...

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