Islas Cook: Mar de cristal

AutorÓscar Álvarez

Fotos: Óscar Álvarez

"Te moana", el mar: Los brazos de las bailarinas ondulan desde el hombro hasta la punta de los dedos, imitando sensualmente el rodar de las olas. "Te matangi", el viento. Ahora las manos flotan sin rumbo como hojas secas, y las mujeres se vuelven palmeras cimbrándose con la brisa de la tarde. Poesía en movimiento, así son las danzas en las Islas Cook. Y mientras los brazos cuentan la historia, las caderas llevan el ritmo cadenciosamente.

La naturaleza ha sido generosa con este archipiélago que reúne algunos de los paisajes más sublimes de los Mares del Sur y todos sus tópicos: playas de arena blanca, lagunas azul turquesa, saltos de agua entre bosques tropicales, escarpados montes con el color de las esmeraldas...

Y, sin embargo, nada hechiza más a la vista que las "vaíne" cuando bailan al son de los tambores. Tienen flores blancas adornando la negra cabellera suelta, collares de conchas en el cuello, cortezas de coco para cubrir los senos, un pareo o una falda de fibra vegetal en la cintura. Vuelan sobre los pies descalzos, y siempre sonríen.

Ni los gritos de los guerreros -con el derroche de energía requerido por sus amenazas fanfarronas- ni la misma Danza del Fuego en la que un palo ardiendo por los extremos evoluciona con peligrosos malabares entre las manos del ejecutante impresionan tanto.

He admirado los mismos espectáculos en otras islas del Pacífico, generalmente en hoteles de lujo donde los turistas se quedan perplejos ante una coreografía apabullante. Pero es el baile de esta noche, modesta función en una pequeña villa de Aitutaki, el que más me ha acercado a la cultura polinesia.

La laguna azul

En muchos sentidos, Aitutaki es la isla más genuina del archipiélago de las Cook, a pesar de la influencia de la London Missionary Society. El reverendo John Williams arribó a sus costas en 1821, y desde entonces Aitutaki pasó a convertirse en el cuartel general de los misioneros británicos en esta parte del mundo. Puritanos e intolerantes acabaron con los marae (lugares sacros para el culto nativo) y censuraron todo lo que en las danzas les pareció pecaminoso. Hoy, la rústica iglesia de Arutanga y el credo de los isleños atestiguan su labor.

Aunque en sensualidad les aventajan aún las bailarinas de la vecina Polinesia Francesa, las caderas de las vaíne han recuperado buena parte del atrevimiento de antaño. No sucede lo mismo con los marae, cuyos restos son más materia de interés arqueológico que folclórico. El...

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