Jesús Silva-Herzog Márquez / La cátedra viciada

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Cualquier política es una didáctica: instruye, prescribe, aconseja. Al tomar decisiones, al expresar ideas públicamente, al castigar o consentir, al llamar al voto, al burlar la ley o al acatarla, la política esculpe un tipo de ciudadanía... o un tipo de servidumbre. En buena medida, la política nos hace a su imagen y semejanza. ¿Cuáles son las enseñanzas de estas elecciones? ¿Qué nos muestran, qué nos advierten las campañas de estos días? ¿Cuál es la lección de las autoridades? ¿Qué nos explican las polémicas? No somos, desde luego, protagonistas del juego electoral, pero somos algo más que simples espectadores: somos víctimas de un mensaje, alumnos de una cátedra viciada. Quiero decir que no es inofensivo el despliegue de esta política idiota: que la lección que imparten políticos y burócratas tiene consecuencias serias, duraderas.

Aprendemos, en primer lugar, que la credencial de elector puede obtenerse a los 18 años y que entonces puede votarse. Eso no implica mayoría de edad. La ciudadanía en México es una condición frágil que requiere el tutelaje de los burócratas. El país, al parecer, no está preparado para el espectáculo del antagonismo. Las autoridades electorales nos enseñan, por ello, a temer la discusión. Las palabras son peligrosas, nos ha dicho la Comisión de Quejas del Instituto Nacional Electoral. Hay cosas que la ciudadanía no debe escuchar. Cuando un político cree que ha sido calumniado, cuando se lastima su imagen pública, tiene el derecho de exigir censura. La autoridad electoral acudirá a su auxilio de inmediato para callar al ofensor. El mensaje es claro: la crítica corroe la convivencia. Los políticos no deben lastimar al adversario con denuncias, con acusaciones, con burlas. Los ciudadanos somos niños y debemos ser protegidos. Los burócratas son nuestros tutores: ellos sí saben lo que nos conviene escuchar, ellos sí pueden decidir qué podemos ver.

La cátedra de paternalismo que ofrecen nuestros censores reconstruye la democracia como un territorio cargado de prohibiciones y límites a la expresión. No es el ciudadano quien ha de decidir si presta oídos a los mensajes críticos, sino una comisión de burócratas la que se encarga de purificar nuestro debate y determinar qué voces nos hacen bien y cuáles nos perjudican. La contienda refuerza así una vieja convicción nacional: la polémica es una amenaza a la paz, a la...

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