Jesús Silva-Herzog Márquez / La ansiedad y la razón

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Cuánta falta hace un ensayo de Tony Judt sobre la descomposición europea. Sería valiosísima su voz en este momento porque el europeísta se percataba bien del hueco político del proyecto. Creía, desde luego, en ese espacio que recogía ideales de libertad y de cohesión y que superaba las taras del nacionalismo. Sabía también que era un espejismo. Una ambiciosa apuesta liberal que no aquilataba las exigencias de la legitimidad. Quitar aduanas e impuestos, despreocuparse por la representatividad. Adorar los éxitos económicos de la Unión como si éstos lo fueran todo. Un mercado sin símbolo. Recuerdo un artículo de Regis Debray a finales de los noventa, al tocar los primeros billetes del euro. En los dibujos de esos papeles podían verse ventanas, puentes, columnas, arcos. Detrás, el mapa de Europa. La impersonalidad de la ingeniería y de la geografía. En esos papeles no estaba Bach, ni Newton, ni Shakespeare, ni Montaigne, ni Leonardo. Billetes que no cuentan ninguna historia, que no retratan ningún sueño. El emblema del mayor logro económico de Europa retrata su máximo vacío. Una moneda común sin una pasión común.

El adiós a Europa de los británicos es el acontecimiento más importante de este siglo. Sus repercusiones definirán las décadas por venir. La vasija se ha rajado. No es improbable que la fractura se ensanche. Después del derribo del Muro de Berlín, no ha habido hecho más importante en el planeta que la decisión de los electores británicos de abandonar la Unión Europea. Puede verse incluso algún paralelo: en 1989, a golpe de martillo, terminó un imperio totalitario. En 2016, con el goteo de los votos, empezó a romperse el gran mercado europeo. Con las gigantescas y obvias diferencias, puede advertirse algún paralelo: se trata de la quiebra de dos utopías, una totalitaria, otra liberal. Una cerrada a la democracia y a las libertades, otra hospitalaria a la disidencia y a la participación. Una era ciega pero la otra miope a las peculiaridades de la cultura, a los ritmos de la identidad, a las peticiones de la experiencia. Los ideólogos del mercado creyeron, tanto como los comisarios del imperio ideocrático, haber descifrado el código del futuro. Había una sola vía de tren y una sola velocidad. Su engreimiento fue su perdición. La historia se empeña en sorprender.

Los tercos quieren pintar el voto británico como la victoria de los tontos, la...

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