Jesús Silva-Herzog Márquez / Trump, el espejo

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El espectáculo de las convenciones es morbosamente fascinante, decía H. L. Mencken, quien cada cuatro años hacía la crónica de esos circos que eligen a los candidatos presidenciales en Estados Unidos. Disfrutaba como nadie de ese horrible, vulgar, estúpido y tedioso teatro. Era una fiesta grotesca y, a la vez, fascinante. Durante horas, el espectador solo desea que los delegados ardan en el infierno pero, de pronto, queda hechizado con algo que supera todas las expectativas de la obscenidad, el melodrama y el absurdo. En unos minutos se despliega el entretenimiento de todo un año. Al presenciar la convención de 1924, el gran periodista de Baltimore no pudo dejar de pensar que lo envolvían las emociones de la plaza frente a un ahorcamiento.

La metáfora de Mencken no estuvo lejos del lenguaje de Cleveland. La atmósfera del patíbulo envolvió la captura del Partido Republicano. El grito más frecuente en la convención no fue el nombre del candidato sino la exigencia de encerrar a Hillary Clinton en un calabozo. La bendición inicial corrió a cargo de un predicador que describió al adversario como el enemigo. El neurocirujano que quiso ser candidato (y en el trayecto mostró que se puede arreglar el cerebro de un enfermo y seguir siendo un imbécil) la describió como adoradora de Satanás. A otro candidato se le ocurrió organizar un juicio popular contra Clinton para recibir, en coro, el grito de la condena. ¡Culpable, culpable! Para un asesor del ungido, la cárcel era poco castigo. Pidió otra cosa: la ejecución de Hillary Clinton.

No sé si el espectáculo que vimos la semana pasada mantenga la inocencia de demagogia, sentimentalismo y mal gusto que divertía al genial lexicógrafo. No vimos la renovación de una costumbre. Así suelen presentarse los candidatos en un régimen tan institucionalmente sólido: el refresco de una tradición. No es irrelevante que el pasado del partido haya sido prácticamente borrado en las fiestas de la unción porque reitera un mensaje crucial: el millonario no se debe más que a sí mismo. Nada lo ata. El arrojo es la única regla, la determinación de romper todas las convenciones.

La pregunta que no podemos dejar de hacernos es cómo fue posible que un demagogo con impulsos abiertamente fascistas pudiera capturar a uno de los partidos históricos de la democracia norteamericana. Sugiero que en el narcisismo de Trump hay dos intuiciones que embonan con los ánimos de nuestro tiempo. La primera es nacionalista, la segunda...

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