Jorge Suárez-Vélez / Un mundo sin empatía

AutorJorge Suárez-Vélez

Me conmovió la desoladora imagen de Óscar y Valeria Martínez, padre e hija salvadoreños, que se ahogaron cruzando el Río Bravo, intentando abrazar el sueño de una vida mejor. Igualmente desgarradora la imagen de Fabiola, migrante haitiana que desde el suelo en la estación migratoria de Tapachula suplica ayuda para su hijo enfermo. ¿Qué terrible trastorno social padecemos para volvernos inmunes a tanto dolor?

Como padre, no puedo imaginar la frustración que debe oprimir a quienes toman riesgos desquiciados buscando algo mejor para sus familias. No puedo concebir la desesperación extrema que me forzaría a enviar solos a mis hijos a hacer el peligroso trayecto de Centroamérica a Estados Unidos.

Estoy convencido de que la única forma de dormir en paz, entre tanto sufrimiento, es pensando que quien lo vive es al menos parcialmente culpable del castigo que padece. Una y otra vez escucho en Estados Unidos a quienes afirman que esto no ocurriría si migraran legalmente. Como si fuese alternativa. Me imagino la cara del funcionario de la embajada estadounidense en El Salvador si hubiese visto llegar a Óscar, el papá de Valeria, para solicitar una visa de trabajo. De haber recibido su solicitud, la espera se contaría en décadas. Las vías para migración legal para gente sin educación simplemente no existen.

El otro argumento para evadir la culpa es el racial. El director de ICE (migración y aduanas), Mark Morgan, quien probablemente se hará ahora cargo de CBP (control y protección de fronteras), dijo en una entrevista con Tucker Carlson de Fox en enero que cuando entró a los centros de detención, en los ojos de los adolescentes centroamericanos vio en forma "inequívoca" que éstos pronto se convertirían en miembros de las maras; el epítome del racismo.

Sería un error pensar que esto se debe a Donald Trump. Él sólo cataliza un racismo creciente que proviene de una mayoría blanca amenazada por la migración de quienes no se ven, hablan, o rezan como ellos. Trump normalizó el discurso e hizo aceptable expresarlo en voz alta. Como tantas veces en la historia, ha sido fácil culparlos por la falta de empleo o por actividades criminales, aunque no haya confirmación empírica. Se les acusa de abusar de servicios de salud y de otros beneficios, cuando de hecho aportan mucho...

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