Jorge Volpi / Anders Breivik como síntoma

AutorJorge Volpi

Ted Kaczynski abandona la sala y, tras una arcada, vomita en la acera. Acaba de cumplir 17 años y se ha inscrito como voluntario en un experimento convocado por el departamento de psicología de Harvard, donde estudia matemáticas. La mayor parte de sus compañeros lo consideran brillante e inadaptado: permanece siempre solo, apenas levanta la vista y sus notas rozan la perfección. Este día, Ted se muestra más agrio que de costumbre: los organizadores le han explicado que pretenden estudiar su conversación con otro alumno para entrever sus patrones de personalidad pero, en cada una de las sesiones, su interlocutor no ha hecho sino apabullarlo, arrastrándolo a dudar de todas sus convicciones.

En realidad, el joven ha sido víctima de una trampa. Henry Murray, el autor del experimento, es el fundador de la Clínica Psicológica de Harvard aunque también trabaja para la CIA, y su proyecto consiste en anticipar la resistencia mental de los espías soviéticos. Resulta difícil saber hasta dónde esta experiencia desequilibró a Kaczynski, pero con los años abandonaría las matemáticas en favor del terrorismo y, tras causar la muerte de tres personas y herir a una docena con paquetes explosivos, pasaría a la historia con el apodo de Unabomber.

Quince años después de su captura en una choza de Montana en 1996, otro joven medroso y violento se sentiría inspirado por el manifiesto que Kaczynski publicó antes de su arresto -y habría de citarlo varias veces en las mil 500 páginas de su delirante 2083: Una declaración de independencia europea-: Anders Behring Breivik, el noruego que, en su lucha contra el marxismo, el multiculturalismo y los inmigrantes musulmanes, causó más de 70 muertes en dos atentados.

Frente a criminales como éstos, la pregunta reaparece: ¿se trata de locos solitarios, y por tanto debemos considerar sus actos una suerte de accidente, o deben ser vistos como síntomas de un mal social, y por tanto estamos obligados a corregir las circunstancias que los animaron? Más allá de que Breivik haya contado con el apoyo de otras células -el terrorismo copia el léxico de la biología-, quienes se sienten llamados a cumplir una misión para salvar a sus sociedades necesitan de una comunidad real o imaginaria que celebre -y comprenda- su sacrificio: de un público para su drama.

No es un sinsentido, pues, que el feroz enemigo del Islam admire a Al Qaeda: los extremos se funden y el vikingo lampiño se refleja en el espejo del talibán barbudo. En cambio...

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