Jorge Volpi / Dos rostros

AutorJorge Volpi

Casi bastaría con observar sus dos rostros. El primero: el semblante afable y sobrio, casi sin arrugas o marcas de expresión -ni siquiera después de ocho años agotadores-, un punto hierático, la cara alargada, los ojos despiertos e inquietos, escaneando más que observándolo todo, el cabello cortísimo, primero muy negro, luego entrecano, una sonrisa muy blanca y muy abierta, expansiva e hipnótica, las orejas de lobo feroz atento a escuchar cuanto sucede a su alrededor, el rictus un tanto aristocrático, en una feliz combinación de empatía y distancia. Y un detalle imposible de ser eludido, y menos en una sociedad tan preocupada por las diferencias y los orígenes étnicos: la piel negra.

El segundo rostro es su reverso: un cráneo más cúbico que ovoide, los ojillos apenas visibles tras las bolsas no remodeladas por la cirugía, las cejas siempre arqueadas, casi translúcidas, la nariz afilada, el mentón altivo, los finos labios irremediablemente fruncidos en ese morro que Alec Baldwin tan bien copia, los mofletes anchos y lisos, de seguro meticulosamente masajeados y una sonrisa que, si aparece por error, es breve e irónica, obscenamente desdeñosa. Sin olvidar ese fleco amarillento o blancuzco o anaranjado que le cubre la frente como un bicho extraterrestre dotado con vida propia. Y, otra vez, la piel: ese tono rosado, a veces de plano carmín o bermellón, que solemos llamar blanco.

Como si los electores de ese país se hubiesen aferrado a la unio contrariorum o hubiesen querido reemplazar a alguien con su exacto opuesto: uno no podría imaginar dos caras -por no hablar de las personalidades o las trayectorias- más adversas o antagónicas, pero también más representativas de las divisiones que vulneran a su sociedad desde tiempos inmemoriales. Primero, un hombre que parecería reunir en sí mismo el melting pot -padre africano y musulmán, madre blanca, infancia en Hawái e Indonesia, carrera política en Chicago- y luego un sujeto que se obstina en encarnar lo WASP: blanco, macho y protestante.

Pero tampoco se crea que aspiramos a revivir la frenología: una de nuestras mayores ventajas evolutivas ha consistido en la capacidad para leer los rostros de los otros. Decantémonos, entonces, por sus actitudes, tan divergentes como sus rasgos: el primero, aunque...

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