Jorge Volpi / La guerra del tapabocas

AutorJorge Volpi

Un trozo de tela de unos pocos centímetros cuadrados adherida a unas ligas o listones. Una prenda barata, sencilla de manufacturar, fácil de poner. Su origen se remonta a tiempos inmemoriales y, al menos desde el siglo XVII, forma parte de nuestra iconografía. Sabemos que en esa época los primitivos tapabocas se rociaban con yerbas, flores y emplastos para disimular el olor a podredumbre. Desde entonces se incorporó como parte del arsenal diario de médicos y cirujanos, los más expuestos -entonces como ahora- a los contagios.

Una de las imágenes que asocio indeleblemente con mi padre, orgulloso cirujano de la UNAM y del ISSSTE -pese a las eternas carencias, confiaba en la salud pública y se resistió a tener una consulta privada-, es la de su rostro disimulado por esa delicada tela verde y azul cuando lo visitábamos en su hospital, y una generosa dotación de tapabocas -así los llamaba él, no cubrebocas o barbijos, como en Sudamérica- siempre estuvo a nuestra disposición en nuestra casa. Mi hermano y yo jugábamos con ellos, imitando una carrera que él anhelaba para nosotros y a la larga ninguno seguiría.

No deja de resultar sorprendente cómo esta accesible herramienta, que, como han demostrado no solo un amplio cúmulo de estudios recientes, sino la larga historia de la prenda, sin duda contribuye a frenar la expansión en el aire de las gotas y microgótulas de saliva que podrían acarrear agentes contaminantes -como el siniestro SARS-CoV-2-, se haya convertido en motivo de disputas tan violentas. Una guerra cultural que, digámoslo, no es nueva y ya se había presentado durante la pandemia de gripe española un siglo atrás.

Entonces como ahora, la idea de cubrirse el rostro ha provocado en Occidente tanta incomodidad como miedo. Las máscaras -como se les conoce en inglés- han sido tradicionalmente asociadas con los delincuentes y con todos aquellos que, por una razón u otra, tienen algo que ocultar. Quizás de allí la resistencia de tantos políticos, y en particular de quienes se imaginan como outsiders, a su empleo: es como si Trump o Bolsonaro sintieran que pierden su carisma al esconder nariz y boca, confundiendo -como AMLO- los tapabocas con mordazas.

Igual que los criminales, se cubren el rostro los superhéroes -con la notable...

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