Jorge Volpi / Los herederos de Cervantes

AutorJorge Volpi

Para Nacho Padilla.

Aunque la reja está cerrada, en el interior del sitio histórico un grupo de jóvenes -la media de edad en Argelia es de 27 años- juega futbol alegremente. Los imito y también salto. La inscripción en el ajado monumento cuenta que, en esta cueva que entonces no se hallaba en un suburbio de la capital, Miguel de Cervantes se ocultó durante su segundo intento de evasión tras ser atrapado por corsarios turcos en 1575, cuando viajaba de regreso a España.

La gruta, salpicada por la jubilosa indiferencia de estos muchachos, quizás sirva como metáfora de los desencuentros que aún persisten entre las dos orillas del Mediterráneo. Cuatro siglos después, los países del norte continúan admirándose en el espejo del escritor español como guardianes únicos de la libertad y aún contemplan a los árabes como una amenaza o como las apocadas víctimas de sus tiranos, aunque es probable que en nuestros días estas posiciones se hayan invertido.

A los europeos les ha costado un enorme esfuerzo constatar que, como Cervantes, estos jóvenes también han intentado escapar reiteradamente del sometimiento y en su mayoría han decidido enfrentarse al islamismo y otras formas de opresión. Desde principios del siglo 19, cuando se inició la decadencia del Imperio Otomano, los occidentales -detesto esta equívoca palabra- nunca han dejado de subestimar a los árabes, y su política frente a ellos continúa marcada por un racismo apenas disimulado.

Las revueltas en Túnez y Egipto, que detonaron las de Libia, Siria y otros países -Yemen o Bahréin constituyen casos aparte- fueron para ellos una sorpresa idéntica a la que sacudió el Este de Europa a fines de los ochenta: movimientos internos de rebeldía frente a regímenes brutales y corruptos, en este caso sostenidos con el dinero de Occidente. Y las contradicciones y riesgos que enfrentan sus nuevos regímenes tendrían que ser vistos como el laboratorio donde se juega el futuro de la democracia en todo el orbe.

Argelia luce como excepción: a diferencia de sus vecinos -Marruecos incluido-, aquí la primavera árabe pareció desvanecerse de inmediato. Sin embargo, el motivo no es la indiferencia o el conformismo, sino la memoria del "decenio negro" de 1991-2002 que se cobró unas 150 mil vidas. De algún modo, Argelia experimentó con 10 años de antelación el despertar cívico que hoy admiramos en otras partes -y pagó por ello un altísimo costo-.

Tras el desmantelamiento del socialismo real, en 1991 Argelia se abrió por...

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