Jorge Volpi / La jaula de la lealtad

AutorJorge Volpi

En la abúlica disputa que mantienen los precandidatos del PAN a la Presidencia -apenas removida por las toscas gracejadas de Ernesto Cordero-, sólo existe una cuestión clara y urgente, aunque ninguno de los contendientes se atreva a esbozarla: al día de hoy, resulta inimaginable que un partido que dejará como legado más de 50 mil muertes (60 mil, según la cuenta del semanario Zeta) derivadas de su política de combate al narcotráfico pueda repetir su triunfo sin un drástico cambio de timón.

Esta certeza, menospreciada por unos y silenciada por otros, se filtra en el discurso panista como un mancha grotesca, una monstruosa elipsis que contamina todos sus argumentos y propuestas, convirtiendo la precampaña en una farsa donde lo único que importa no sólo no puede decirse, sino ni siquiera pensarse. Este dilema, por ahora irresoluble, es la consecuencia extrema de una forma de entender el poder -un "estilo personal de gobernar", escribía Cosío Villegas en otro tiempo- asociado a la presencia cada vez más incómoda (aunque, otra vez, ningún panista quiera expresarlo) de Felipe Calderón.

Si el gobierno de Vicente Fox se caracterizó por el carácter variopinto y con frecuencia inmanejable de sus atrabiliarios integrantes -Jorge Castañeda, Adolfo Aguilar Zinser o el propio Santiago Creel-, desde el principio quedó claro que Calderón privilegiaría la lealtad por encima de cualquier otra virtud. Acosado por los gritos de fraude entonados por la izquierda y luego puesto contra las cuerdas por su propia decisión de declarar una "guerra contra el narco" (que ya no llama así), el segundo Presidente panista ha hecho lo imposible por vacunarse contra una posible traición de sus subordinados.

Si se revisan con cautela, todos los movimientos en su gabinete han estado sellados por esta maníaca obsesión por la lealtad. Como un Otelo de la política, esta inseguridad extrema ha terminado por paralizar las mejores acciones de su gobierno y por encadenar a sus colaboradores en un temor reverencial hacia su figura. En su entorno, la autocrítica se ha vuelto cada vez más escasa y la posibilidad de dar marcha atrás, una vez constatados sus fiascos, poco menos que imposible.

Los panistas se hallan, así, frente a una disyuntiva catastrófica: muchos de ellos perciben que la única forma de ganar las elecciones es reconociendo los yerros en la obcecada estrategia de su Presidente, pero saben que ese mismo Presidente todavía es un enemigo formidable para cualquiera que tenga...

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