Jorge Volpi / Lecciones de gasolina

AutorJorge Volpi

Las escenas de estos días en todo el país -y en particular en la Ciudad de México- son justo aquellas que los enemigos del nuevo gobierno más habían anhelado y las que ese gobierno más habría querido evitar: gasolineras vacías o cerradas o, en el otro extremo, atestadas por inagotables filas de automovilistas persiguiendo el combustible resignada o desesperadamente. Escenas que, para los eternos detractores de López Obrador, son la comprobación de que convertirá al país en una nueva Venezuela, dominada no por el desabasto sino por la escasez. Poco ha conseguido hacer esta administración para paliar el caos: con una estrategia de comunicación centrada solo en el propio Presidente, pedir comprensión y calma no es suficiente.

El problema de la gasolina se acerca a ser una metáfora perfecta de los primeros días de la Cuarta Transformación: señalar, como ninguno de los regímenes anteriores -que o cerraron los ojos ante el problema o se volvieron directamente sus cómplices- uno de los más graves desafíos del país, el robo sistemático del combustible, no como una operación menor o sesgada, sino como un esquema perfectamente articulado entre el crimen organizado y los propios funcionarios de Pemex, y luego articular una respuesta apresurada, incapaz de medir sus consecuencias. Si AMLO triunfó tan contundentemente en las elecciones pasadas se debió, en buena medida, a la sinceridad a la hora de realizar un ajustado diagnóstico de los males del país; desanima, en cambio, la impericia de los funcionarios responsables de resolver los entuertos.

Como toda medida intempestiva, y más a inicios de año y de administración, la decisión de cerrar los ductos pirateados y sustituir la distribución mediante pipas en buena parte del país provocó una desagradable sorpresa para la sociedad. En vez de que se la previniese con un plan que evitase tanto el desabasto masivo como el pánico, se permitió que el golpe de fuerza contra los criminales se revirtiese contra los consumidores. Hasta ahora hay que señalar, sin embargo, que más allá de la rabia o la desesperación cotidianas -y, por supuesto, la furia de las redes-, la mayor parte de nuestra sociedad ha aceptado las infinitas molestias con enorme disciplina cívica.

En la Ciudad de...

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