Jorge Volpi / Leer

AutorJorge Volpi

Leer es importante. Leer es bueno. Hoy, cuando el nuevo gobierno plantea un ambicioso proyecto de promoción de la lectura, conviene reflexionar sobre nuestra mayor falla: la forma como le enseñamos a leer a nuestros niños y jóvenes. Lo primero que conviene decir es que la lectura no es -no puede ser- un fin en sí mismo. La lectura no es sino una forma de aprehender historias y conocimiento y belleza, cifradas en el lenguaje -y sus distintas materialidades-, desarrollado por los humanos desde hace miles de años. Lo esencial, no debemos olvidarlo, es lo que se puede descubrir gracias a la lectura.

Somos seres narrativos: nuestra conciencia nos impulsa a ordenar secuencialmente los acontecimientos y a dotarlos de sentido. Por ello empezamos contándonos historias -en particular la nuestra- que luego transmitimos a nuestros hijos. Sus cerebros se modelan así: escuchando narraciones que se convierten en imágenes que, almacenadas en sus cerebros, luego son empleadas como herramientas para enfrentar el futuro: la ficción como clave de socialización y de supervivencia. No es otra la razón de que los niños amen tanto los cuentos que les narran sus mayores.

A continuación, les enseñamos a leer. Y en vez de asumir que la lectura no es sino una práctica para que ellos sean capaces de descubrir otras historias -y el conocimiento asociado con ellas-, los obligamos a creer que la lectura es relevante por sí misma. De ahí que tantos maestros se centren en nimiedades, en vez de mostrarles a sus alumnos que la lectura es un instrumento -como un telescopio o un microscopio-, diseñado para observar realidades imposibles de encontrar y apreciar de otro modo. Olvidamos mostrarles que la lectura es la mejor forma de que vivan otras vidas además de la propia.

Peor aún: cuando los niños ya disponen de la habilidad para descifrar palabras y párrafos, no les permitimos explorar las historias que a ellos les parecen atractivas, sino que les imponemos -les ordenamos- leer, leer lo que nosotros queremos que lean, disociando el gozo de la lectura. Ahí está la mayor falla de la educación formal. Porque, como ha dicho el novelista francés Daniel Pennac -lo cita una y otra vez-, el verbo leer, como el verbo amar, jamás debería conjugarse en imperativo. Decirle a...

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