José Antonio Merino/ La urgencia de valores

AutorJosé Antonio Merino

Al finalizar el siglo XX, siglo de prodigiosos progresos técnicos y materiales, se siente en nuestra sociedad un malestar del bienestar y una cierta frustración humana y existencial. Desde los más diversos sectores y niveles sociales se habla de crisis, de ocaso, de decadencia, de declive, etc., significando con ello la situación angustiosa, desconcertante y a veces dramática que afecta al hombre bajo el aspecto individual, social, político, económico, religioso e institucional. Se habla también de crisis de civilización y de crisis de cultura. Queriendo decir con ello crisis de valores, crisis de referencias, crisis de principios, crisis de autoridad y crisis de institución que afectan a los Estados, a las Iglesias, a la familia, a las naciones, a la religión, a la política, a la universidad, etc. Ciertamente que esta crisis, que podríamos resumir en crisis de civilización y de cultura, no afecta por igual y del mismo modo a todos los grupos humanos y sociales, a sus instituciones y a sus miembros; pero crean en el ambiente un sentimiento indefinido de insatisfacción, de ansia y de radical provisionalidad en todo o en casi todo, no sólo a nivel mental sino también comportamental y valorativo, pues cuando los principios y las convicciones no están claras cualquier comportamiento es justificable.

La falta de valores y de creencias vigentes incide necesariamente en la existencia humana en sus diversas manifestaciones sociales y vitales. El nihilismo se ha enmascarado de muchas formas y presenta diferentes caras poliédricas: desde el cómodo escepticismo intelectual hasta el agresivo anarquismo doctrinal y social. Las enfermedades sociales (crímenes, robos, injusticias, violencias, drogas, falta de trabajo, miseria, degradación, etc.) crecen en relación directa a la crisis de valores y a la ausencia de vigencias, de religiones sinceras, de éticas y de políticas verdaderamente humanas y humanizantes. La falta de sentido espiritual favorece e incuba la ausencia de salud social. La crisis de sentido afecta no solamente al individuo sino también a la sociedad y a las mismas instituciones, desembocando en una sociedad permisiva hasta el descaro, donde nada es verdadero y en donde todo está permitido y justificado.

Cuando el hombre vive sin referencias seguras y garantizadas, iluminadoras y sin mediaciones fundamentales, entonces su vida se convierte en una trayectoria sin rumbo y sin saber a que atenerse, desembocando en la trivialización de lo...

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