José Luis Cuéllar Garza/ Nuestro derecho a ver al cielo

AutorJosé Luis Cuéllar Garza

Los últimos días me ha saltado a la vista la presencia de esos elementos que están transformando de manera brutal el paisaje de nuestras ciudades: las antenas de transmisión de compañías concesionarias de servicios de telefonía celular y otras novedades de la era de la información y la comunicación instantánea en que vivimos.

De manera imperceptible -pero sistemática e implacable-, a la par que vino abriéndose la competencia en estos mercados otrora monopolizados por Teléfonos de México (primero en larga distancia, luego en telefonía abierta y local) se fueron levantando en el territorio metropolitano y de las principales ciudades de Jalisco esas antenas modelo Nuevo Siglo que bien podrían simbolizar al México urbano de la apertura comercial, la libre competencia y la prevalencia de la empresa y la inversión privada en la economía nacional.

El fenómeno tiene que ver también con las exigencias de la tecnología: si antes debimos padecer la apertura desordenada de zanjas en calles y avenidas para la colocación de ductos y cableado, tendremos ahora que llegar a acostumbrarnos a tener, en el momento más insospechado, ese vecino perturbador e imperturbable, torre amenazante y fría que ha llegado a vivir junto a nosotros.

Hace pocos años pudimos vivir con una familia amiga el cambio de visión y perspectiva que ofrecía su magnífico jardín: solíamos disfrutar la caída del atardecer sobre las torres de la Basílica de Zapopan; luego colocaron una aparatosa antena de por medio que ha arruinado para siempre este paisaje. La cosa ha sido mucho peor para las numerosas familias de los condominios horizontales que viven junto al esperpento.

Visto desde el mirador de esta experiencia -la de la vivencia de una familia cualquiera, que ha podido hacerse de una casa habitación en una colonia de tantas, en la que decidieron vivir confiados en la permanencia de ciertos valores y características (vecinales, barriales, paisajísticas, urbanas, inmobiliarias, patrimoniales, ambientales, etcétera) que ahora se ven radicalmente alteradas-, uno no puede menos que pensar: ¿qué es lo que sigue?, ¿qué otra sorpresa nos deparan "los avances de la tecnología", el progreso y la modernización de la vida colectiva?, ¿cuáles son los límites a la ocupación brutal e incontenible de nuestra ciudad, de nuestros hogares, de nuestras calles, de nuestros espacios abiertos, de nuestros paisajes, por esos nuevos tótems del culto al capitalismo más rapaz que son estos adefesios?

Primero...

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