José Luis Lezama / El sueño de Jan de Vos

AutorJosé Luis Lezama

En su obra, Jan de Vos restituye a los indios y a la selva su antigua dignidad perdida por obra de la civilización y de sus beneficiarios. La naturaleza que describe aparece entregando a quienes la habitan o visitan su fuente de vida, el prodigio de su belleza, su soledad, y el drama de su destrucción. Se exhibe imponente y bella ante los ojos del montero, del deslindador, del misionero, del administrador, del capataz, del propietario nacional o extranjero de la montería: de todo aquel que por primera vez la conoce. Es este un mundo que pareciera haber amanecido en el primer día de la creación, en el que los seres que lo habitan están, como en el poema de Pellicer, esperando ser nombrados. Los indios, tal vez ya ni siquiera los lacandones originales, sin la ferocidad que les atribuían las narraciones coloniales, muestran más bien su timidez, su temor, sus precauciones y recelos ante los visitantes externos, quienes pocas veces les procuran el bien. Los indios que aparecen en la obra de Jan de Vos son parte de la selva, vigilantes y custodios de la naturaleza, hijos fieles y respetuosos de la madre Tierra, parte indisoluble de ella y de sus prodigios.

Narra con precisión y sorpresa la ambigua fascinación del montero ante la majestuosa imagen del jaguar en su imperturbable descenso a los ríos para saciar su sed, o el asombro y perturbación del guerrillero, al discurrir sobre el inquietante ruido de los seres que, invisibles, merodean en sus insomnes noches selváticas. Describe también el sentimiento de angustia de aquellos que viven la selva como prisión, cárcel solitaria para quienes la eligieron o fueron elegidos para las duras y extenuantes labores del corte de madera, ya fuera como hacheros, boyeros o ramoneros.

Para Jan de Vos, lo que somete a los indios y a la naturaleza no son las fuerzas abstractas del mal, sino seres concretos, factores reales de poder. Es el príncipe, el conquistador, el encomendero, los falsos evangelistas, los madereros, los finqueros, los políticos y los burócratas de todos los tiempos, quienes tienen siempre a la mano una solución para confirmar ese aparente destino de nacidos para perder que pareciera perseguir a los indios y sus territorios. A todos ellos antepone el ejemplo de Fray Pedro Lorenzo de la Nada, misionero dominico del siglo 16, quien, negándose a bendecir las armas de aquellos que imponían con violencia la fe cristiana, abandonó su orden, internándose en la selva para convertir a los indios...

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