Juan García de Quevedo / Los caballos

AutorJuan García de Quevedo

Los antiguos guerreros con sus escudos y espadas caminaban hacia los campos de batalla listos para morir o volver victoriosos. Esto es, la gloria o la muerte. El torero llega a la puerta de cuadrillas con un miedo terrible porque sabe que tendrá que enfrentarse a la muerte astada. Pero no sale sólo a burlar las embestidas del toro sino a hacer arte en esa danza con la muerte. Que su cuerpo no mueva las zapatillas y estatuariamente aguantar las embestidas, teniendo como escudo un trapo rojo. ¿Por qué vuelven los toreros al ruedo? Algunos porque recuerdan las tardes de gloria, otros porque terminaron con su dinero y los más porque no pueden evitar volver a sentir ese miedo y vencerlo en la puerta de cuadrillas. Por la adrenalina, los torrentes de adrenalina. El otro miedo en la vida del torero es el fracaso, hacer el ridículo, no poder con el toro. Algunos grandísimos escritores han escrito que el torero es el único héroe de nuestro tiempo y dan muy buenas razones. Porque de cientos que lo intentan quizá uno logre ser figura. Se es figura cuando con la sola mención de su nombre se llenan las plazas. Véase el fenómeno único e irrepetible de José Tomás donde su propio cuerpo, su sangre, le pide que vuelva a luchar contra sí mismo, contra esa animalidad que todo hombre tiene y que no encuentra mejor representación que el toro de lidia.

A mí me gustan los caballos, pero cuando descubrí que hay caballos toreros, caballos que le ponen el pecho al toro, que lo citan y con un galope corto van a su encuentro, confiando en todo y por todo en su jinete, intenté imaginar lo que siente el caballo torero. Y lo primero es que, como los hombres, no todos los caballos pueden ser toreros. Los hay que son figuras, como Cagancho que montó Pablo Hermoso de Mendoza. Y no son figuras porque obedecen en todo al jinete sino que aparte de ellos tienen la virtud de hacer lo que no hace otro caballo, lo monte quien lo monte. Hay caballos que citan, mandan y templan al toro con una personalidad propia, con vocación, con afición y el caballo sabe que los cuernos del toro hieren y matan. Un caballo sin grandeza, un caballo que no busca su gloria y la de su jinete -porque vuelvo a repetirlo, son una unidad indisoluble- no es valiente ni artista.

El caballo es un animal sumamente inteligente pero algo más, inmensamente sensible. Sabe quién lo monta y sabe oler el miedo de quien lo...

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