Juan Pedro Oriol / El milagro de la JMJ

AutorJuan Pedro Oriol

En Madrid hemos vivido unos días tan llenos de paz y de alegría que no puedo describirlos más que con una palabra: milagro. El milagro de la fe.

Milagro, es ver a tanta gente joven feliz, que camina cantando y que canta caminando. Y la ciudad de Madrid ha estado llena de esa gente. Muchachos y muchachas que se saludan con la mirada y la sonrisa, y que rompen toda barrera de idioma, nación o color. Sacerdotes y religiosas bajo un sombrero, que irradian una jovialidad sencilla y animan a grupos de 15, 20, 50 o más jóvenes que no paran de aplaudir, de rezar, de bailar y de celebrar.

Las banderas multicolores reflejan un ambiente universal, pero la cordialidad es tanta que se puede respirar el aroma parroquial de guitarras y de amistad.

Algunos números nos pueden hacer valorar las dimensiones de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ): alrededor de 2 millones de peregrinos en la Vigilia de ayer y en la Misa de envío de hoy. De estos, 605 mil peregrinos se inscribieron en la página Web; entre ellos, 14 mil 879 son sacerdotes y 807 Obispos. 4 mil 750 periodistas han cubierto la información. Y los cinco países con más representantes, después de España, claro, País anfitrión, han sido: Italia, Francia, Estados Unidos, Alemania y Brasil.

El jueves llegó Benedicto XVI con su sonrisa fresca de niño y su caminar lento, quebradizo. En el primer encuentro, en La Cibeles, levantó la voz para decir que no hay que tener miedo de un mundo que muchas veces se ríe, se burla y desprecia la fe cristiana. No dudó el Papa en utilizar palabras como "desprecio" o "acoso". Y ahí mismo exhortó a todos a centrar la Jornada Mundial en Jesús y no en la figura del Papa, porque él sólo es un simple intermediario de lo esencial.

El Papa afirmó que, los peligros en la vida del joven cristiano, son el hedonismo, la superficialidad y el consumismo. Y no son enemigos porque sean malos en sí, sino porque roban la verdadera felicidad y ofrecen sustitutos pasajeros que llevan al desengaño y al vacío.

Mientras tanto, un grupo de manifestantes radicales aprovechaba la gran convocatoria mediática del Papa y de la JMJ para buscar aguar la fiesta de fe que estábamos gozando en las calles y en el Metro, en las parroquias y en los albergues, en los bares y en los parques, en toda la Capital de España. Arremetieron contra un grupo de peregrinos, pero no consiguieron la gresca que pretendían. Sólo unos cuantos respondieron, no pudieron controlar el orgullo de sentirse...

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