Juan Villoro / Comida que canta

AutorJuan Villoro

¿En qué momento se decidió que comer fuera una experiencia musical? Entras a una cafetería y eliges una mesa ideal para la conversación, flanqueada por dos parejas silenciosas (un matrimonio histórico que ya no necesita dirigirse la palabra y unos novios que aprovechan la cita para consultar sus celulares). Pero en cuanto te sientas, un órgano melódico recuerda que Roberto Carlos es parte de tu vida.

Has oído tantas veces esa melodía que recitas mentalmente: "El gato que está en nuestro cielo/ no va a volver a casa si no estás/ lo sabes mi amor, que noche bella/ presiento que tú estás en esa estrella". Te pones triste por el gato hasta que recuerdas que son las nueve de la mañana y has ido a un desayuno de trabajo. No son horas para pensar en el gato que se fue al cielo y sólo volverá cuando ella regrese a casa, algo difícil porque se encuentra en una estrella. La métrica provoca cosas raras. Poco más adelante, el protagonista confiesa como héroe griego (con verbo al final de la frase): "en mi alma una lágrima hay". Demasiado para las nueve de la mañana.

Durante décadas, las familias mexicanas se atuvieron a una máxima: "El que come y canta loco se levanta". La frase no sólo es extraña sino innecesaria. Ningún niño llega a la mesa de los corn pops para entonar con delirante énfasis: "Voz de la guitarra mía...". Si hace eso, no necesita saber que se volverá loco porque ya lo está.

Aquella frase persiguió a varias generaciones, como si al ver unos cubiertos el mexicano se sintiera en Bellas Artes. Supongo que el temor venía de una profunda paradoja: no había que cantar en la mesa precisamente porque sería atractivo que alguien cantara. El silencio es para nosotros la forma más evidente del fracaso.

Hace unos años mis hijos y yo coincidimos en un restaurante con una familia sueca. Aposté a que no se dirigirían la palabra en toda la comida. A mis hijos les pareció imposible que esos turistas convivieran sin otro rumor que la masticación; sin embargo, durante un par de horas asistimos a una escena de Bergman: los suecos aportaban el silencio y nosotros la depresión de que eso sucediera. Aunque ellos estaban contentos sin hablarse, estuvimos a punto de ofrecerles una canción.

Total que las comidas calladas no nos gustan. ¿Justifica eso que el vacío se llene con tres televisiones sintonizadas en distintos canales mientras José...

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