Juan Villoro / Errores para ser feliz

AutorJuan Villoro

"Hace mucho que no pedía el servicio", me dijo don Pablo, chofer del sitio de radiotaxis más cercano a mi casa. Tenía razón. Busqué una excusa para que no sospechara que había sustituido a los conductores de siempre por los recién llegados de Uber, esclavos del GPS. Se me ocurrió hablar de mi trabajo como de un ciclo agrícola: las ferias de libros se celebran en otoño o primavera y sólo entonces necesito taxis para ir al aeropuerto; por eso no había pedido un coche en enero ni febrero.

"Qué raro", dijo don Pablo y me vio por el retrovisor.

Los taxis son espacios narrativos. Su principal diferencia con Uber es la calidad de la conversación. Como si desconfiara de mis preferencias, don Pablo quiso mostrarme la superioridad de quienes no manejan por casualidad sino por elección, y me contó su historia.

Durante años combinó su empleo con el de colgar cuadros para el legendario museógrafo Fernando Gamboa. Leía los catálogos de todas las exposiciones y los libros de arte que le regalaba el maestro. Conoció a pintores, marchantes y coleccionistas. Muchos de ellos se convirtieron en sus clientes como taxista. Algunos lo contrataban por días enteros y de vez en cuando los llevaba a Garibaldi, donde un amigo suyo cantaba como Javier Solís. Trabó amistad con leyendas de la canción romántica -José José y Víctor Iturbe "El Pirulí", entre ellos- y los llevó a deshoras a rumbos dictados por la música o la pasión.

Ante los cambiantes pasajeros, se preguntaba si no le estaba reservado otro destino. ¿Habría una oportunidad para él en las tareas de los sedentarios?

Dos hermanos de la comunidad judía cobraron especial afecto por don Pablo. Una noche, lo invitaron a cenar, lo sentaron a una mesa donde sobraban los cubiertos, abrieron una botella de XO y le contaron su historia. Habían llegado a México a bordo de un barco carguero, sin dinero y sin hablar español. Trabajaron de cargadores en el mercado de Veracruz y como boleros en la Ciudad de México. Ahí conocieron a otros emigrantes judíos, que les dieron trabajo en una carnicería. Ascendieron poco a poco hasta convertirse en dueños del principal consorcio de embutidos del país. No habían perdido la sencillez ni la admiración por la gente que desea superarse. Le ofrecieron a don Pablo que dejara el taxi y se hiciera cargo de una carnicería a su nombre. "Era una oportunidad maravillosa para ser...

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