Juan Villoro / Un mundo amenazado

AutorJuan Villoro

El terremoto dejó sin casa ni servicios a miles de capitalinos y los fondos de reconstrucción no se han destinado a las causas para las que estaban previstos. Cada vez son más las colonias que carecen de agua. En medio de esta zozobra, el recibo de luz es una señal de alarma. Aunque el gobierno de Peña Nieto prometió que la reforma energética bajaría los gastos de los contribuyentes, la boleta dice: "¡Cuidado! Que no te sorprendan con los correos que ofrecen que pagues la luz en línea con un descuento. CFE NUNCA ofrece descuentos en el pago de tu recibo de luz".

¿Es mucho pedirles a los señores de la electricidad que por lo menos nos hablen de usted? Con la confianza de una amistad que nadie les otorgó, nos tutean para anunciar que NUNCA habrá rebajas. ¡Qué mala onda!

Es un botón de muestra de lo que estamos viviendo. La recolección de basura, que nunca ha sido ejemplar, influye en las campañas electorales. Los desperdicios no sólo se amontonan en las calles sino en las componendas de todos los partidos, a tal grado que no estaría mal dividir a los aspirantes al Senado y la Cámara de Diputados en las emblemáticas categorías de Basura Orgánica y Basura Inorgánica (los primeros representarían a los que siempre han estado en ese partido y los segundos a quienes llegan desde plataformas supuestamente enemigas).

Tenemos problemas con el agua, la luz y la basura, pero además suena la alarma sísmica. No se puede negar la utilidad de un recurso que asusta antes de la tragedia y permite salir a la calle más o menos vestido. Sin embargo, tengo la impresión de que a la alarma le ha pasado lo mismo que a nosotros. Hasta el terremoto de 1985, muchos chilangos incluso disfrutábamos la sacudida que nos sacaba de la monotonía. A partir de entonces, instalamos un sismógrafo en nuestro sistema nervioso. Pues bien: la alarma se ha vuelto tan asustadiza como nosotros. Suena a las tres de la mañana, los perros ladran, los gatos saltan a un árbol, la abuela se santigua y se dispone a morir en la mecedora, los niños festejan que no habrá clases y luego no se siente nada o no se siente otra cosa que la taquicardia que nos hizo descender seis pisos, ignorando la recomendación de que a partir del cuarto piso más vale no bajar.

Si un desconocido se acerca a tu coche...

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