Juan Villoro / La nave va

AutorJuan Villoro

En la necesaria reivindicación de los derechos de los pueblos originarios a veces se pone el acento en su raigambre vernácula y el movimiento se circunscribe a intereses locales. No es el caso de los nuevos zapatistas. Desde un principio, su sorprendente ideario ha sido una aventura de la diversidad y la inclusión ("Un mundo en el que quepan muchos mundos"), y han convocado encuentros de todo tipo, como la reunión que no vacilaron en calificar de "intergaláctica".

En 1996, el EZLN firmó los Acuerdos de San Andrés con los representantes del presidente Zedillo. El fin del conflicto parecía a la vista; se garantizaba la autonomía de los pueblos originarios sin vulnerar la soberanía. Se llegó a ese punto después de discusiones extenuantes. Quienes participamos como asesores de los zapatistas en las sesiones previas a la firma no podemos olvidar la negativa de la delegación oficial a hacer propuestas e incluso a comentar lo que se les decía: "Estamos aquí para escuchar respetuosamente", repetían como un mantra. Aun así, se llegó a una aparente solución. La paradoja es que, mientras los rebeldes confiaban en la palabra empeñada, el gobierno se disponía a traicionarla.

Cuatro años después, cuando Vicente Fox ganó las elecciones, los Acuerdos eran letra muerta. En su campaña, el "candidato del cambio" prometió resolver el problema de Chiapas en 15 minutos y en su toma de posesión insistió en hacerlo. Los zapatistas lo tomaron en serio e iniciaron la Marcha del Color de la Tierra, que desembocó en el Zócalo y permitió que la comandante Esther hablara en el Congreso (a pesar de la encendida arenga de Felipe Calderón, entonces diputado, con la que trató de impedir que una mujer indígena se dirigiera a la nación). El mensaje zapatista fue claro: respeto a la legalidad y derecho a participar en la Casa de la Palabra, el Congreso de la Unión, es decir, a pertenecer al país. Poco después, el PRI, el PAN y el PRD votaron en contra de convertir los Acuerdos de San Andrés en ley. Así se esfumó una posibilidad histórica. Como en el cuento de Kafka "Ante la ley", se cerró una puerta que no custodiaba otra cosa que una ilusión.

Los zapatistas se refugiaron en sus territorios y se consagraron a la tarea, menos espectacular pero sin duda épica, de transformar la vida diaria. En Justicia Autónoma Zapatista, Paulina Fernández Christlieb ofrece...

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