Juan Villoro / El vendedor de Biblias

AutorJuan Villoro

"¡Joven Juan!", gritó un hombre desde una banca en el Parque de los Venados. No lo reconocí y tuvo que explicar que hace mucho me vendió una Biblia. Me sorprendió que me reconociera después de tanto tiempo y precisó que también habíamos conversado en un banco donde los dos aguardábamos turno para ser atendidos. Tampoco tenía registro de ese encuentro, lo cual me hizo sentir doblemente en falta. Me dispuse a comprarle otra Biblia, pero él había cambiado de trabajo.

Entonces reparé en la drástica disminución de ese comercio. Durante años fue común que alguien tocaba el timbre de la casa para ofrecer la palabra de Dios. La transacción dependía menos de la fe que de la simpatía o la capacidad de persuasión del vendedor. Por temor al "qué dirán", la mayoría de la gente aseguraba disponer del libro sagrado.

En los años sesenta, en las ventanas que daban a la calle se colocaban leyendas que decían: "Este hogar es católico" o "Cristianismo sí, comunismo no". El vendedor enfrentaba a personas que ya tenían una Biblia o fingían tenerla (comprar una significaba reconocer que vivían en la simulación). Un hereje era mejor cliente: nadie conoce mejor un dogma que quien desea refutarlo. Los agnósticos, los ateos, los librepensadores y los simples desinteresados quedaban fuera del comercio. Las Biblias vendidas a domicilio apelaban a los indecisos.

No creo que su venta haya disminuido a causa de internet porque el Libro tenía un valor de talismán. Leerlo resultaba menos importante que poseerlo. Desde una repisa, el contundente volumen acumulaba polvo por una causa meritoria.

En el Parque de los Venados el hombre me informó que ahora vendía trofeos y añadió que su tienda estaba cerca de ahí. Insistía en llamarme "joven Juan", como si hubiera sido amigo o empleado de mis padres. De un modo vago, sentí una deuda pendiente con él, así fuera la de no reconocerlo. No tenía nada que hacer y acepté seguirlo hasta su pequeño negocio, donde una vidriera era animada por veinte copas plateadas y doradas.

"Vinieron a pedir otras de bronce", el muchacho que atendía el mostrador dijo a su jefe. Entonces me dio la noticia que justifica este artículo: "El bronce se vende más que el oro y la plata". Obviamente, ningún trofeo era de esos materiales, pero un baño metálico así lo sugería. Los precios diferían, pero no mucho. Una copa de primer lugar debía ser más cara que la...

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