Mago

AutorAlejandro Campos

Me ocurre generalmente en época de exámenes. Que unas horas menos de sueño se acumulan hasta ser días de excesiva vigilia. Es entonces, entre la pesadez y el insomnio, que veo la otra realidad que me rodea, normalmente invisible, volverse translúcida y luego sólida, pesada, presente.

El viaje en camión, por ejemplo, de la casa a la escuela, es uno de los periodos favoritos del Vrulka para venir a merodear a mi alrededor. Se pega al techo caliente de los autos con sus garritas afiladas como navajas, sonriendo con su boca llena de agujas. Va brincando entre el tráfico con la lengua de fuera (rastreando mi olor creo), hasta que da con mi autobús, repleto de gente a esa hora del día.

Luchando por tenerme en pie, en parte por el cansancio y en parte por los frenones del conductor, respirando atontado el olor a sobaco y cigarro del camión, lo oigo chillar. El duende asqueroso abre el techo como si fuera un abrelatas y me escupe en la cara con un desafío. Algunas veces sólo quiero ignorarlo y mantengo la mirada perdida hacia fuera de los cristales, como una persona normal. Pero eso lo enfurece y es cuando le da por atacar a la gente. Se para sobre los hombros de un hombre de traje que lee el periódico, lo toma de la cabeza y le rebana la tapa craneana para luego desparramar los sesos por todo el camión. El hombre del traje sólo siente una comezón que se rasca en el aire y después sigue leyendo su periódico sin darse por enterado.

Lo que me hace enfurecer es el olor de la sangre que se mezcla con la peste del autobús urbano, chorreando nauseabundamente de las caras y brazos de los demás viajeros. Nadie lo nota, claro. Sin embargo sí se dan cuenta del asco en mi mirada y fruncen el ceño. El Vrulka se ríe de mí y me escupe de nuevo pero esta vez yo soy más rápido, extiendo el brazo y le arrojo una ráfaga de fuego en la boca abierta. A veces logro achicharrarle la lengua y se va saltando y gritando maldiciones. Otras veces sólo logro chamuscarle las barbas, lo cual no le agrada, pero le dice que esta vez va en serio y que la próxima lo puede freír. Entonces brinca como loco arañando y escupiendo de un lado a otro del autobús, mientras esquiva mis ataques que van dejando el vehículo lleno de agujeros. A veces los demás pasajeros se molestan conmigo, como si no me estorbaran ya lo suficiente, y me piden que ¦deje de manotear.... Al demonio con ellos, pero ahora ya he provocado un incendio. El camión se llena de humo y de pronto se detiene. El camionero...

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