Entre maoríes te verás

AutorPatricia Miranda

Fotos: Patricia Miranda

ROTORUA, Nueva Zelandia.- Si sólo quedara un último disparo en una cámara análoga, ¿cuál sería la foto ideal para capturar la esencia de Nueva Zelandia?

Casi todas las respuestas de los neozelandeses encontrados en la travesía apuntaron hacia los oníricos paisajes de su país (algunos de ellos retratados por Peter Jackson en la trilogía El Señor de los Anillos): el Cráter Rojo del Parque Nacional de Tongariro -en la Isla Norte- o el fiordo de Milford Sound -en la Isla Sur, este último calificado por Rudyard Kipling como la octava maravilla del mundo.

Sin embargo, fue en un supermercado de Rotorua, ciudad habitada por una gran cantidad de maoríes, donde Michael Toto, llevándose la mano a su hermosa cara tatuada, reflexivo, contestó:

"Quien logra captar un hongi (saludo tradicional maorí que se hace presionando nariz con nariz y frente con frente) se lleva la esencia de esta tierra".

En ese momento, Nueva Zelandia dejó de ser sólo paisajes para convertirse en una sucesión de instantes.

Una experiencia auténtica

La expectación es grande. Por una noche, un grupo de viajeros cambiará la diminuta cama de un hostal por la experiencia de pernoctar, en compañía de una auténtica familia maorí, en un marae de Rotorua.

Considerado como una especie de templo y lugar de reunión, el marae también es un sitio sagrado. Tan especial es este espacio para los maoríes que ahí se celebran desde reuniones de jefes de aldea hasta fiestas, bodas y funerales. Todo lo que es importante para la comunidad se decide en un marae.

Minutos antes de llegar a Taheke Marae, ubicado a las orillas del Lago Rotoiti, los viajeros entonan por última vez la waiata o canción que durante los trayectos -a bordo del camión- han venido ensayando.

"Te aroha, te whakapono, te rangimarie, tatou tatou e..." Tan conmovedora al oído como en su significado, en el canto hay una intención de que prevalezca el amor, la fe y la paz entre todos.

Para ingresar al marae hay que seguir un protocolo y el momento ha llegado. Es Sean Murray (esposo de Jen y padre de dos hijos) quien da la bienvenida.

A los visitantes les llama la atención la arquitectura de la casa de reunión. Es de madera, está pintada en tonos rojos y beige, tiene un techo a dos aguas y en su fachada destacan algunas figuras talladas: hombres con lanzas y mascarones representados con ojos saltones y lengua de fuera.

Por dentro, se observa un gran salón alfombrado, donde otras figuras alternan con llamativos diseños geométricos en rojo, negro y blanco. No faltan las fotos de los ancestros colgadas en un par de columnas centrales. En este último espacio, los patriarcas esperan.

Uno a uno, los visitantes van entrando descalzos...

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