María Guadalupe Morfín Otero/ Las huellas de Barragán

AutorMaría Guadalupe Morfín Otero

Un lamento no es un combate, ni una súplica.

Es una voz que va diciendo sus pérdidas.

A propósito de dos escenarios poco nombrados de la obra de Luis Barragán, cuyo centenario se celebra este año.

Uno: playa de Majagua, a unos 20 minutos de Manzanillo, rumbo al aeropuerto Playa de Oro. Algún día hace años entramos por la brecha que conduce a un fraccionamiento sui géneris, pensado por unos arquitectos tapatíos como un proyecto de comunión con el entorno. Es casi más devoción que negocio. Devoción al mar y a unas ruinas, huellas de una presencia, la del arquitecto jalisciense. Hace medio siglo quizá, otro devoto le obsequió allí un terreno para fincar una casa de playa. No pegado a las olas, pero suficientemente cerca de la arena. De su recámara, queda el hueco de la ventana, justo como un marco para la contemplación de un alto cerro a lo lejos. Del jardín, leves bardas de cemento pulido, el invencible rojo óxido de algunos muros, la amplitud del horizonte, el resto de lo que debió ser un patio para gozar de los árboles y del aire de la tarde, bajo la húmeda sombra del trópico.

Dos: Guadalajara, Paseo de la Arboleda, Jardines del Bosque. Antiguo Bosque de Santa Eduwiges, bosque de eucaliptos que ahora mueren por una plaga a la que nadie se anticipó en esta ciudad que parece sólo celebrar la comensalidad al interior de los grandes malls. Desde la Avenida Niños Héroes hasta Lázaro Cárdenas, unas ocho cuadras apenas interrumpidas, el diseño del paseo, obra de Barragán -al igual que el fraccionamiento- conducía a los caminantes por inquietantes caminos semicirculares, elípticos, hacia el festejo de lo efímero. Pocos árboles tan pasajeros como el eucalipto, pocas actividades tan similares a pintar una raya en el agua como una caminata tempranera por avenidas de amorosa arcilla, bordeadas por el mismo rojo óxido, pensado en feliz comunión con la tierra. Festín del olor en tiempo de aguas, feliz pausa del que camina hacia su propio centro.

Otro se tomó el cuidado de pensar por nosotros los caminos que habríamos de recorrer para llegar a tan complejo destino. Desechó el trazo lineal, la recta expulsora, el material que lastimara la mirada. En traviesas curvas es la ruta del caminante espiritual. Lineal y rápida la del práctico que se ahorra y evita solaz y aprendizaje, y no está dispuesto a dejarse domesticar por ese oro del que no hay abundancia: el tiempo.

Entre las huellas de Barragán, quizá las más efímeras, está este paseo de los años 60, hoy...

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