María Guadalupe Morfín Otero/ Derechos humanos y globalización

AutorMaría Guadalupe Morfín Otero

Estuve en Puebla de Zaragoza o de los Angeles, como gusten. Para mí es Puebla la de los volcanes. Miren dónde me vengo a enterar, para mi particular esperanza que les comparto, que desde hace miles de años había una conciencia de cuidado del agua en las culturas indígenas que poblaban ese territorio. Lo dijo Víctor Toledo, de la UAM, en el Foro de derechos humanos al que convoca cada dos años el Sistema de Universidades Iberoamericanas y el Iteso. Por un amigo supe que existía una gran presa y un sistema de acequias, construidos con signos que hablan de una solidaridad comunitaria en torno al agua: que no falte, que todos la cuiden.

El quinto foro estuvo dedicado a la globalización alternativa. Comenzó bien y acabó estupendamente. Oír a Laura Bonaparte, abuela y madre de la línea Fundadoras de la Plaza de Mayo, de Buenos Aires, toca el corazón. "La impunidad es el mayor diluyente de lazos comunitarios", dijo. Psicoanalista que atiende a mujeres de villas miseria en un hospital y que ahora en la crisis económica impulsa gallineros populares "para ganarle al hambre", sube a cada tribuna con tres símbolos: una estrella de David por su esposo, que era judío; las fotos de los seis familiares que no ha podido recuperar (sólo ha logrado encontrar un nieto), y el clásico pañuelo blanco de quienes tienen en su familias "desaparecidos", símbolo que también vi repetirse entre las mujeres hondureñas durante una celebración por los derechos humanos en la Catedral de Tegucigalpa. Nadie desaparece, nos dice Laura, quien llegó a perder a esposo, hijas, yernos, nietos hasta sumar siete miembros de su familia. La desaparición no existe: existe el secuestro, la tortura, el asesinato, el entierro clandestino, el silencio. "Las madres sostenemos una memoria que le da vida a nuestros hijos".

Alguien le pregunta, al salir, si nunca ha sentido odio. Por supuesto que sí, responde. ¿Y todavía? No, ya no. ¿Cuándo se fue? No me di cuenta; sólo supe que ese lugar había sido ocupado por los rostros de las personas que han sido solidarias conmigo, que me han sostenido. "Nadie nunca sola puede nada", había pronunciado en su conferencia. Parece frágil, pero contagia su fuerza. Disfruta volver a México, país del que recibió asilo y donde puede comer la fruta que le encanta, en especial los mangos. No cesa de celebrar la bendición de los frutos del trópico desde su desayuno de jugo y de papaya.

El escritor Carlos Montemayor, el relator especial para los pueblos indígenas de...

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