Mario Arroyo / Lo que el coronavirus enseña

AutorMario Arroyo

Fragilidad. La pandemia del coronavirus ha puesto en evidencia, abruptamente, nuestra fragilidad. Como personas, como sociedad e incluso como civilización somos frágiles. No sólo se trata de la precariedad de la salud, de los servicios médicos, de la economía mundial; es el pánico, el miedo, las compras histéricas y obsesivas, la barahúnda de información incierta, la muerte. Felizmente, por lo menos, la tasa de mortandad del coronavirus es baja, ¿cómo habría sido el escenario con alguna otra mutación viral más letal?

Una fragilidad patente, de la que no podemos escapar. No es como el ébola, endémico de zonas africanas deprimidas. No, el covid-19 afectó primero a los poderosos: China, Italia. No perdonó al hombre blanco, más bien, le obligó a encerrarse, prohibiéndosele salir de su país, sin importar que formara parte del G-7. "Poderoso caballero es don dinero" y, sin embargo, no les tembló la mano a los poderosos para tomar medidas económicas catastróficas como cerrar la frontera norteamericana a los vuelos provenientes de Europa. No perdonó a estrellas como Tom Hanks, primeras damas como Begoña Gómez y Sophie Grégoire Trudeau, y dio un buen susto a presidentes como Jair Bolsonaro. El mensaje es claro: la condición humana es frágil.

¿Qué podemos aprender de esta crisis? "El arte de la fragilidad", es decir, recordar algo que preferíamos ignorar, olvidar o simplemente considerar superado: que no somos inmortales y omnipotentes, sino seres precarios, que podemos contraer accidentalmente una infección por compartir el mismo vagón de Metro con un enfermo, y eso nos puede enviar a la tumba. No está de más recordarlo, precisamente en la época de "Homo Deus", del "transhumanismo"; cuando el proyecto Singularity nos promete inmortalidad en un futuro cercano, un virus surgido en un remoto rincón de China nos devuelve abruptamente a nuestra realidad, a nuestra precariedad como personas y como especie.

¿Cuál es el arte de la fragilidad? Aprender a vivir sabiéndolo, aprender a ser felices a pesar de no tener el control absoluto de nuestros destinos, aprender a confiar en Dios, aprender a disfrutar de la vida, porque no la tenemos garantizada, aprender a no ser controladores, aprender a valorar lo que realmente merece la pena, como es la propia familia...

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