La Menor Importancia/ El candidato de nadie

AutorJosé Israel Carranza

Es claro que sería una completa ingenuidad renunciar al derecho al voto, a la elección en las urnas de las autoridades en quienes, teóricamente, se delegará por un determinado tiempo la conducción de la comunidad (el municipio, la entidad federativa, la federación misma) o de los legisladores que habrían de sustentar y dar cauce a las leyes por las cuales esas autoridades y la comunidad se rijan. Pero esa ingenuidad resulta tentadora cuando todos los llamados cargos de elección popular tiende a ocuparlos, con nuestro voto o sin él, una caterva de pillos, vividores o sujetos absolutamente incapacitados intelectual o moralmente para ver más allá de su mezquindad o su cobardía egoísta y negligente: una clase política en la que las buenas intenciones son excepciones escasísimas y cuyos hechos sólo muy rara vez redundan en el beneficio de la sociedad.

Pero si esa tentación, la de rehusarse a hacer la fila y a empuñar el crayón para trazar la equis sobre el emblema y el nombre preferidos, no pasa de ser un berrinche que poco significaría ante las multitudes que finalmente esos pillos terminan conduciendo -voluntariamente o no tanto- a las casillas el día de las elecciones, lo cierto es que hay una posibilidad de manifestar el repudio sin ceder al abstencionismo: votar, pero votar por nadie. En la rudimentaria presentación que tiene en México, la democracia sólo en casos muy raros va más allá de la ilusión electoral (¿o quién se comunica constantemente con el diputado del distrito en que vive para ver en qué está trabajando?), y aunque sea una ilusión cuyo mantenimiento cuesta tan obscenamente caro, renunciar a ella sería comenzar a retroceder, pues por despreciar el aparato de partidos, campañas, consejos y tribunales se podría entender que en realidad (como en realidad sucede por ahora) ese aparato no sirve de gran cosa, y se negaría la posibilidad de que de aquí a muchos años (para las hipotéticas generaciones venideras) no podrá haber empezado a funcionar como lo necesita una sociedad, digamos, más sensata.

De modo que habrá que pensar en el candidato preferible: el que no existe. El candidato que...

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