La menor importancia / Destruir el arte

AutorJosé Israel Carranza

En la medida en que postule una determinada comprensión de la historia, afirme una ideología o celebre una manifestación de poder, una de las funciones del arte es ser destruido. No siempre, es cierto, la activación de esa función correrá por cuenta de quienes traigan consigo un mejor presente para borrar el pasado: la destrucción de los budas de Bamiyán a manos de los talibanes en 2001, por ejemplo, o las hogueras de libros que los nazis juzgaban degenerados. Pero, por la misma naturaleza simbólica que le dio origen - toda forma de arte entraña una visión del mundo-, es como si cada obra contuviera un mecanismo destinado a explotar cuando a alguien le parezca necesario.

A mediados del año 2000, en Guadalajara, dos católicos destruyeron un cuadro que se exhibía en el Museo del Periodismo por encontrarlo ofensivo, ya que mostraba a Marilyn Monroe en lugar de la Virgen de Guadalupe sobre la tilma de Juan Diego; fueron detenidos, y pronto salió a defenderlos el cardenal Juan Sandoval, alegando que ese acto no había hecho más que expresar «lo que siente el pueblo mexicano».

Está lejos de ser el único caso, desde luego, pero creo que siempre conviene recordarlo porque trae a cuento el hecho de que depende qué posición ocupemos para deplorar o festejar la destrucción del arte. El derribo de las esculturas...

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