LA MENOR IMPORTANCIA / Envíos

AutorJosé Israel Carranza

El escritor canadiense Yann Martel tuvo una idea fascinante. Por inspirada y por esperanzada, por maliciosa, pero también por inútil. La historia va más o menos así: hace dos años y medio, medio centenar de artistas acudió al Parlamento de su país a fin de celebrar los 50 años del Consejo para las Artes de allá (algo como el Conaculta, sólo que sin Chelo Sáizar, también conocida como la Folclórica Bonita). Como es de esperarse siempre que se junta una runfla de bailarines, pintores, escritores, cineastas, etcétera, los despacharon rapidito y sin pelarlos gran cosa. Por muy Canadá que sea, el trato que los políticos dispensan a creadores e intelectuales es el mismo -displicente, fastidiado- en todo el mundo. Martel iba en el grupo. Cuenta que, mientras la sesión tenía lugar, a él le dio por pensar en el tema de la quietud: cómo solemos pensar que la vida va siempre a toda prisa, cuando en realidad quienes corremos somos nosotros, desaforados y necios, como si así fuera a cundirnos mejor el tiempo que nos tocó vivir.

En algún momento, el escritor (autor de Vida de Pi, para más señas: una novela nada mala, que ha cosechado éxito mundial) reparó en la figura de Stephen Harper, el Primer Ministro, que luego de haber estado presente en la reunión, y sin haber dicho una palabra, recogía sus papeles y se disponía a largarse cuanto antes: ni una sola vez se había dignado mirar a los ojos a los comparecientes. Y se propuso, Martel, lo siguiente: cada dos lunes, hasta que terminara la Administración de Harper, le enviaría un libro, acompañado por una...

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