LA MENOR IMPORTANCIA / Evidente

AutorJosé Israel Carranza

Tomo un taxi de la Central Camionera a eso de las 11 de la noche. Me toca un loco: un vejete que sube el volumen de su música inmunda (aunque me pregunta: "¿Ponemos musiquita?") a un nivel ensordecedor, para enseguida acelerar como si su Tsuru destartalado fuera un Lamborghini, y como si en lugar de la avenida González Gallo fuéramos surcando una carretera desértica de Australia. A esa hora, como a cualquier otra hora, hay tráfico, y el vejete maniobra con temeridad demencial. Imagino que se propone hacer un tiempo récord para alcanzar a echar la mayor cantidad de viajes esa noche, suposición elemental que refuerzan otros taxis que increíblemente nos rebasan, se pasan altos y no sé si rujan como el Tsuru infecto porque no me deja oírlos el Potrillo, que aúlla porque algo trae dentro que lo está matando. No solamente los taxis: esa avenida es un tobogán vertiginoso en el que evidentemente no hay límites de velocidad para nadie, cuando, también evidentemente, los coches así disparados son misiles asesinos e incontrolables. En medio del terror (ya me veo sintonizando el noticiero matutino desde el más allá, para ver cómo el Tsuru maldito quedó hecho jalea) alcanzo a cavilar en la paradójica consistencia de lo evidente: tan cierto y patente es que los coches no deberían correr así, porque así se mata la gente, como cierto y patente es que en esa avenida de Guadalajara (y en la totalidad de sus calles) hay incalculables imbéciles, o locos, como el vejete salvaje que me conduce, en una competencia frenética por...

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