LA MENOR IMPORTANCIA / Ingleses

AutorJosé Israel Carranza

Cuando de disparates se trata, los súbditos de Isabel II nunca defraudan: ayer, The Times daba cuenta de la consternación del reino por la silueta abultadilla que lucía la duquesa de Cambridge al mostrar al mundo al nuevo heredero del trono. Ya que se consultó a expertos para verificar que esa pancita fuera normal, ahora el pendiente es saber cuánto tardará en irse. Hay que admitirlo: por mucho que en principio toda monarquía sea odiosa, el nacimiento del nuevo vividorcito no deja de tener su encanto, en concreto por cuanto toda la parafernalia alrededor puede entenderse como la afirmación en el absurdo de un pueblo al que debemos una de las más ricas tradiciones humorísticas. Hubo que ver al anciano de tricornio emplumado y casaca roja que desplegó un pergamino e hizo sonar un cencerro delante de la multitud de lunáticos para terminar de entender por qué los británicos pueden ser tan inestimablemente graciosos: de una nación que así da forma a sus ocasiones solemnes (y que tiene por ocasión solemne el nacimiento de un nuevo inútil) cabe esperar la mayor y más risible irreverencia. Felizmente.

Lo recordábamos con los amigos hace unos días: aquel sketch en que Mr. Bean espera en una fila para saludar a la reina, y cómo se embrolla al percatarse de que trae la bragueta abierta, de tal modo que cuando llega su turno acaba dándole un cabezazo a la vieja y derribándola. Bueno, pues Rowan Atkinson (o sea Mr. Bean) ha sido un tenaz defensor de la libertad de expresión y en más de una ocasión ha encarado al Parlamento para oponerse a legislaciones que pretendan coartarla, una vez al lado del novelista Ian McEwan y...

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