La Menor Importancia / Lo que no existe

AutorJosé Israel Carranza

El frío y la claridad de las mañanas van intensificándose parejamente. Ya las noches, también animándose a ser más claras, van recobrando su aroma característico a lejanos e imprecisos pastizales ardiendo, y uno pensaría que todo está bien: que el año avanza hacia su conclusión, cada vez con un poco más de prisa y sin demasiados sobresaltos, tan igual a muchos otros años y sin más novedad que ésa, la habitual: su prisa. Ya están proliferando los adornos navideños en los centros comerciales y el calendario, en fin, va a su paso y nosotros presenciando su empecinamiento monótono, pero siempre sorprendente, en no detenerse. Uno, como quiera, tendría que admitir sin demasiados reparos que las cosas están bien.

Pero basta dejar que la imaginación y la razón (que tendrían que ser lo mismo o colaborar todo el tiempo, ir siempre sujetas una a la otra y no sólo, como ocurre, de manera excepcional) se dejen de cielos y claridades matinales y aromas nocturnos y de inminencias habituales -es decir: basta con mirar en torno nuestro-, para encontrar de inmediato, sobre todo en la resonancia monstruosa de los medios informativos, los horrores de la realidad y sus amenazas y sus absurdos espeluznantes. La pasmosa reelección de Bush, por ejemplo: un espectáculo inverosímil, alucinante, atroz, perverso, doloroso y, en cualquier caso, absolutamente fascinante.

No es que Bush sea lo que sabemos y nos han explicado y repetido que es (cosa que ni siquiera hace falta, pues basta verlo algunos segundos, sosteniendo la sonrisita del asesino idiota que se encuentra encantado chapoteando entre los despojos de sus crímenes); no es, tampoco, que su triunfo haya sido inesperado o inexplicable, pues bien vinieron anunciando las encuestas cuáles terminarían siendo las preferencias de esa democracia deficiente y operativamente incomprensible; no es, ni mucho menos, que haya que lamentar la derrota de Kerry, ni que con sus partidarios (y con el mundo entero) haya que compartir la desolación y el rechinar de dientes, preguntándose qué falló. (Falló, entre otras cosas, el propio insensato Kerry, al ser capaz de armar frases completas, al haber cometido el error grosero de leer...

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