La menor importancia / ¡Vámonos!

AutorJosé Israel Carranza

Hubo un tiempo en que pensé que las vacaciones están sobrevaloradas. Seguramente me hallaba mal de la cabeza, pero sospecho que era así como me resignaba al constatar lo fugaces que pueden ser. Las espera uno con tanto anhelo, y se terminan tan rápido, que las ilusiones previas siempre quedan defraudadas. Y ya se sabe: nuestras decepciones se alimentan de los excesos de nuestra ingenuidad. A lo mejor eso quería decir. Luego entendí que esa calidad de espejismo que las vacaciones tienen debería corresponder mejor al tiempo que transcurre fuera de ellas: el tiempo de la rutina, de los pendientes, de los compromisos, de las prisas. Dicho de otro modo: los días de asueto no deberían ser los que parezcan anómalos, excepcionales, sino los del trabajo. La vida normal debería ser como la que encontramos al hacer una pausa: lo verdaderamente descabellado empieza cuando tenemos que volver a madrugar y a correr.

Ahora: las vacaciones podrán estar muy bien, hasta que se vuelven aburridas. Entonces se vuelven una condena. Esto, que pudimos tener clarísimo en la infancia, podemos perderlo de vista en otras etapas de la vida, en particular aquella a la que se arriba luego de haber descubierto que es preferible dormir antes que entretenerse. Si, ya instalado en esta etapa, se tiene al lado a una creatura...

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