MIRADOR

AutorArmando Fuentes Aguirre

En el pequeño cementerio de Ábrego está la tumba del cura del lugar. La gente lleva flores a la tumba, pues dice que fue un santo. Pero si la tumba pudiera hablar, callaría esto:

"Sentí el llamado de Dios y lo seguí. Me hice sacerdote. Creía en Dios, y sentía que Dios creía en mí. Pero luego el tedio de la vida y las mezquindades cotidianas me hicieron dudar de que Dios estuviera conmigo. Dejé de creer en Él, no sé si porque leí algunos libros o porque no leí los suficientes. Únicamente los que saben mucho y los que no saben nada tienen a su alcance a Dios. Así, perdí la fe. Pero a nadie se lo dije. No importaba que yo no creyera en Dios: lo importante es que las gentes a quienes yo amaba sí creían en Él. Por amor a ellas seguí hablando de Dios. Le rezaba por las noches reclamándole que no existiese. Me dolía...

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