MIRADOR

AutorArmando Fuentes Aguirre

Llovió, llovió torrencialmente en la comarca donde el convento de San Virila estaba.

El río se creció e inundó el valle. Parecía que todas las aguas habían cubierto todas las tierras.

Un niño quedó asido a la ramazón de un árbol en medio del caudal que por todos lados lo rodeaba. De seguro la corriente iba a arrebatarlo. El pequeño perecería ahogado.

El padre y la madre de la criatura se echaron a los pies de San Virila y le rogaron con desesperación:

-¡Haz un milagro! ¡Salva a nuestro hijo! ¡Tráelo por el aire, o forma un puente de luz para que pueda venir hacia nosotros!

No hizo eso...

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