Opinión Invitada / Mario Arroyo: Intelectual y ¿católico?

AutorOpinión Invitada

No es un debate nuevo el desafío de cultivar un "pensamiento cristiano", pero vale la pena replantearlo y repensarlo de nuevo. Para algunos la cuestión está zanjada, pues equivale al "círculo cuadrado." Si uno acepta que esto no es posible, de igual manera deberá rechazar la legitimidad de pensar en cristiano. ¿Por qué? Porque uno cuando se embarca en la aventura del pensamiento se lanza hacia lo desconocido, mientras que el cristianismo parte de las conclusiones. Ya conoce el desenlace; es como si uno comienza la novela o la película por el final... Pero también hay buenos guiones, que comenzando por el final ofrecen una trama interesante. Así es el trazo que marca el pensamiento cristiano en la historia de la humanidad.

El presupuesto de esta aparente imposibilidad es una herencia de la Ilustración, que lleva a cuestionar los dogmas y las autoridades al estilo de Voltaire. Ello se agudiza marcadamente en la segunda mitad del siglo 20, cuando entran en crisis las ideologías fascista o comunista. Lo propio del intelectual es el pensamiento crítico, la duda. La actitud más auténtica viene a ser el agnosticismo, la entronización de la eterna duda que no me compromete con nadie. Quien se casa con alguna idea ha perdido independencia y originalidad, esconde quizá además oscuros intereses ajenos al pensamiento, pues se vuelve servil a una causa, por más noble que sea. La anhelada autonomía del intelectual exige ausencia de compromisos en general y, particularmente, de los religiosos, pues descansan en dogmas que deben aceptarse como punto de partida.

¿Cómo sortear la aporía?, ¿cómo superar el escollo de Escila y Caribdis? Si soy auténtico intelectual cuestiono mi fe y no soy un buen creyente; si no la cuestiono, no soy un auténtico pensador, sino que copio unos clichés y unos procedimientos académicos que simulan el pensamiento, pero este no es independiente, está comprometido, no pudiendo salir de unos límites predeterminados. Lo contrario es caer en la transgresión, en la herejía y el abandono consecuente de la fe, para entregarse en los brazos de la auténtica intelectualidad agnóstica.

Una solución, quizá, consiste en realizar cierta "arqueología del pensamiento", o "arqueología de la intelectualidad". Algo tan sencillo como mirar más allá del horizonte planteado por la Ilustración y dogmatizado por el pensamiento crítico. Es preciso remontarnos más atrás para mirar...

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