Opinión Invitada / Mario Arroyo: Sábado Santo

AutorOpinión Invitada

Cada año los cristianos celebramos la Semana Santa, recordando y volviendo a hacer presentes la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, eventos que nos abrieron las puertas de la vida eterna. En medio de esas jornadas se encuentra un día "alitúrgico", el Sábado Santo, anteriormente llamado "Sábado de Gloria", que ha recuperado su carácter penitencial y de ayuno.

En el Sábado Santo no hay propiamente liturgia, es decir, el oficio de adoración y alabanza a Dios. La Iglesia enmudece mientras contempla, pasmada, el Cuerpo muerto de Jesús en el sepulcro. La Iglesia calla y contempla, asombrada, el precio de nuestros pecados y la generosidad de Dios. El Sábado Santo con su silencio transmite un mensaje elocuente, cargado de simbolismo y significación para el hombre de hoy: podríamos decir que el mundo en general y la Iglesia en particular experimentan ahora un enorme e impresionante Sábado Santo.

En la liturgia de las horas, oración que todos los sacerdotes rezan habitualmente, el Sábado Santo se lee una antigua homilía, donde dice: "Un gran silencio envuelve la Tierra; un gran silencio y una gran soledad". En efecto, es el día del silencio de Dios por excelencia. Enmudece la divinidad ante la magnitud de lo que hemos hecho los hombres: hemos matado a Dios y nos quedamos como si nada, como bien observó Nietzsche. Pero ello nos deja abrumadoramente solos en un inmenso universo. Si anteriormente Dios hablaba al hombre con milagros y revelaciones, finalmente nos habló con su Hijo; lo hemos asesinado y ahora calla. Pero ese silencio parece prolongarse por los siglos y hacerse más agudo en una época como la nuestra, época del silencio de Dios.

El hombre intenta ahogar ese silencio con una febril actividad, buscando ocupar el lugar de Dios, redimirse, salvarse a sí mismo, hacerse, en definitiva, dios, como agudamente observa Juval Noah Harari. Pero ese dios es un ídolo fatuo y desesperado, angustiado por la premura de crear significado donde no lo hay. Los sucedáneos de la auténtica salvación, la nueva religión se podría decir, son el progreso y la ciencia. Pero las promesas utópicas de convertirnos en a-mortales gracias a los avances científicos aparecen finalmente como una maldición, como forma de prolongar indefinidamente la agonía del vacío y la soledad en el universo.

Quisiéramos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR