Paloma Ramírez / Gavilán pollero

AutorPaloma Ramírez

Para Ileana Gallo

Hace unos días se cumplieron sesenta y dos años de aquel fatal accidente en el que el B-24 Liberator, que piloteaba Pedro Infante, se desplomara en pleno centro de Mérida. El ídolo de México moría, los noticieros no paraban de repetir lo sucedido y el desconsuelo se extendía hasta los lugares más apartados del País.

Me enteré de su aniversario por una nota periodística. Cada 15 de abril cientos de personas se reúnen en el Panteón Jardín para recordarlo a través de sus canciones. Multitud de voces se alzan como si fueran una sola en un... amorcito corazón, yo tengo tentación... ahora les voy a cantar a las niñas por bonitas, a las viejas por viejitas y a mi amor por olvidar... se armó el relajo, sacó su pistola, yo, precavido, me escondí tras la pianola... Son muchas las canciones que parecen alcanzar otra dimensión a través de su interpretación, con todo y el ruido blanco tan característico en las viejas grabaciones. A él hay que escucharlo sin el efecto del remasterizado, para conservar intactas tanto la emoción con que cantaba como la textura única de su voz.

"Lo conocí en la XEW cuando yo era un chamaco de unos doce años", declaró uno de los asistentes. Como él, muchos mexicanos podemos dar cuenta de historias personales relacionadas con Pedrito. Por ejemplo, "El gavilán pollero" es una de las canciones favoritas de una amiga. Su papá solía cantársela de pequeña.

En mi familia también conservamos una historia. A mi abuelo le pidieron que prestara su caballo para un espectáculo en el que se presentaría el ídolo de Guamúchil. Buscaban la mejor cabalgadura de Monterrey. Al final se conformaron con la segunda mejor porque al Príncipe sólo lo montaba su dueño. Las hijas de Don Raúl no daban crédito de semejante excentricidad. ¡Negárselo a Pedro Infante era un escándalo...! Lo más probable es que el susodicho nunca se haya enterado del incidente, pero la anécdota trascendió generaciones.

Aunque nací años después de que él muriera, también tengo una anécdota personal. La primera vez que conocí una cantina tendría unos ocho años. Ahí estaba él en el televisor, traía sombrero y pistola al cinto. El ambiente se transformaba en cuanto entraba al lugar. Solía...

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