Paloma Ramírez / Naturaleza viva

AutorPaloma Ramírez

Aunque partimos temprano por la mañana, el día ya ha clareado. Nuestro destino es Celestún. Una hora y quince minutos es el tiempo que indica el GPS desde Mérida hasta el país de los flamencos. Seguimos algunos señalamientos y pronto las construcciones comienzan a escasear por el camino.

En el horizonte se eleva una cortina de humo. Algo se quema, pero nosotros sólo percibimos el humo que se mezcla con las nubes. Las enturbia, las vuelve grises. A un mismo tiempo vemos cómo se achican el cielo, a causa de las nubes cenizas y bajas, y la carretera, al desaparecer su acotamiento.

Seguimos avanzando y, después de un rato, las nubes pierden consistencia; el cielo azul crece y con ello nuestro espíritu. Dejamos atrás un árbol sin hojas de cuyas ramas cuelgan tres neumáticos desinflados. Más adelante, pero ahora del otro lado de la carretera, encontramos otro decorado con cubetas y con un ventilador sin base.

Estamos a las vivas de más árboles con decoraciones cuando vemos el señalamiento ansiado: "Isla de pájaros". Cruzamos un puente y bajo nosotros un brazo de mar es la indicación de que hemos llegado a nuestro destino, a la joya de Yucatán.

Encontramos el embarcadero a la entrada del pueblo. Don Luis, nuestro guía, nos ayuda a subir a la lancha, enciende el motor y acelera. Sentimos el viento en nuestras caras. Achinamos los ojos y nos detenemos el sombrero que el aire se empeña en echar hacia atrás, mientras, él nos empapa con información: vamos sobre una ría, fuente natural de agua dulce que al mezclarse con la del mar se vuelve salobre. A la redonda, existen más de trescientas especies de aves. Observamos una que atraviesa el cielo, se trata de un águila pescadora. Tiene la cabeza blanca y demasiada prisa pues desaparece en segundos. Más allá avistamos una parvada de pelícanos canadienses.

Sobre las aguas distinguimos un gran manchón rosado, la causa de que hayamos madrugado y estemos en el bote. El manchón va creciendo en tamaño conforme nos acercamos. La lancha baja la velocidad. Son varias decenas de flamencos. Los oímos graznar y vemos cómo algunos sumergen la cabeza en busca de comida. Los cuerpos permanecen por encima del agua, mientras que las patas largas y...

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