Paloma Ramírez / Real anecdotario

AutorPaloma Ramírez

No todos los días, desde el Castillo de Chapultepec, se puede gozar de una vista que, por su magnificencia, corte la respiración. Era un día despejado, como pocos en Ciudad de México. El viento y la constante lluvia habían casi disipado la bruma hedionda que suele entristecer a sus habitantes. Desde el gran balcón del alcázar se podían distinguir no sólo los edificios aledaños que rompen con el verde obscuro del bosque, sino también el camino perfecto que conecta el sitio con el corazón de la metrópoli.

El Paseo de la Emperatriz, ahora Paseo de la Reforma, quizá sea el legado más emblemático de Maximiliano al pueblo mexicano. Es ahí donde se eleva el ángel dorado que sirve de punto de reunión a turistas y quinceañeras. A lo largo de los años, ese paseo ha sido recorrido (quizá) por millones de manifestantes que cargan con pancartas, algunos vestidos con camiseta blanca, otros multicolor. Recuerdo hace casi 20 años haber salido a las calles para sumarme a un río de gente que, sobre esa avenida, alzaba la mano con la "V" de la victoria. Éramos kilómetros de personas eufóricas de contento que anticipaban tiempos mejores para el País. Ahí está la obra. Pero cuando uno la transita no suele pensar en el austriaco desafortunado que la planeó y la admiraría orgulloso, como se hace con el hijo que da sus primeros pasos, desde las alturas del alcázar.

No así sucede con el Castillo de Chapultepec que, si bien fue mandado construir por un virrey en el siglo 18 y, luego, habitado por diferentes Presidentes, en realidad, es famoso por haber sido casa de los Habsburgo. Y aquello por no más de lo que dura un respiro, menos de cuatro años. Adentro quedan pocos vestigios de la época imperial. "La recámara de la Emperatriz Carlota", se lee en alguna cartulina amarillenta. Al fondo se exhibe una cama con brocados azules que, de rancios, podrían deshilacharse sólo con mirarse.

A Maximiliano se le puede contemplar en varios retratos hechos en tamaño natural. Siempre aparece con una barba larga y rubia partida por la mitad. Fueron retratos para los que posó durante horas. Y, sin embargo, no son ésas sus pinturas más famosas, sino una que cuelga de los muros...

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