Paloma Ramírez / Lo que vendrá

AutorPaloma Ramírez

No supe bien cómo salió a tema, sólo recuerdo que uno de los comensales preguntó: "¿De qué murió Octavio Paz?". Por mi mente se sucedieron imágenes del nobel con piel marchita y pelo canoso, con bolsas debajo de los ojos y espalda encorvada... La respuesta no salió de mi boca, pero resumía mis suposiciones: "Murió de viejo". Parecía una obviedad. Y, sin embargo, alguien decidió resolver cualquier resquicio de duda. "Cáncer de médula espinal", declaró con voz triunfante después de consultarlo en su pantalla. El diagnóstico médico había terminado con la discusión. Dejamos a Octavio en paz por el resto de la velada.

Ya en casa y mientras el sueño se mezclaba con los sonidos de la noche, retomé lo que se había dicho sobre el cáncer del gran pensador. Para mí, seguía siendo sinónimo de morir de viejo. La última vez que latió su corazón, tenía 84 años, superaba por diez la esperanza de vida nacional de aquel entonces (1998) y todavía por hartos años la de estos tiempos. Pudo haber sido una neumonía o un paro cardiaco, la realidad era la misma, su cuerpo había envejecido tanto como para que una de sus partes fallara.

Llevo rato cavilando sobre la vejez y la muerte. ¿Será que he superado ciertos escaños que, aunque invisibles, no dejan de ser un necio recordatorio de mi final? Estoy más allá de la "mediana edad". Ya no percibo tan lejana la esperanza de vida del mexicano... Si bien, todas estas cuentas me han llevado a reflexionar sobre mi muerte, la realidad siempre ha sido la misma. La muerte ha estado presente en cada momento de mi vida. Hacia allá me he dirigido desde la primera vez que tomé consciencia de mi existencia.

Mario Benedetti lo supo exponer con claridad poética cuando habló del recién nacido: "ya ha reservado sitio para el viaje / sutil e inexorable hacia la muerte". Escandaliza pensar en esos términos, sobre todo cuando se trata de alguien que se estrena en el mundo. Pero la vida y la muerte son amigos inseparables. No es posible entender una y omitir a la otra. Si bien son dos caras de una misma realidad, a poca gente le gusta hablar de la segunda, de su propia muerte. Mi abuelita Estela, en cada cumpleaños, solía pedirle a Dios que le regalara cinco años...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR