Paloma Ramírez / Visita guiada

AutorPaloma Ramírez

Día uno. Avenida Lázaro Cárdenas, 9:30 de la noche. Voy camino al aeropuerto a recoger a mi ahijada de 14 años. No conoce los usos y costumbres del País pues vive al otro lado del mar, en un mundo donde hay reglas claras y sus ciudadanos acostumbran cumplirlas. Y, sin embargo, me ilusiona mostrarle quiénes somos nosotros y lo que hay por estos lares. Todo está listo para recibirla si no fuera por el río de coches que no avanza.

El Waze indica avenidas colapsadas: las que van, las que vienen y las que cruzan. Líneas rojas que nos constriñen cual boas a todos los que vamos detrás de un volante. De nuevo la lluvia ha causado estragos. Aprovecho la salida que se anuncia a unos metros para huir del cuello de botella y, de paso, de la laguna que de seguro se ha formado alrededor de los fierros amarillos conocidos como Arcos del Milenio.

Viro y vuelvo a virar. A unas cuantas cuadras el paisaje se transforma. Mi instinto de conservación me lleva a picarle al botón de los seguros. Sombras que se asoman por zaguanes descarapelados. Calles que se estrechan hasta hacer casi imposible el paso de los coches y cuya única iluminación proviene de los faros de mi camioneta. Acelero hasta que regreso al mundo conocido, al de las avenidas amplias e iluminadas y, todavía, inundadas.

Día dos. En el Hospicio Cabañas esperamos al que será nuestro guía. Como lo indican las normas no escritas, aparece minutos después de la hora programada. Saluda. Y no tarda en contarnos, en un español tupido de localismos, chismes de la época. "Espérame aquí sentadito, voy al mercado", les decían a los niños que se iban a quedar sin madre y padre. Toditos ellos adoptaron el apellido Cabañas, el del asilo. Que si Orozco fue manco y pintó la cara del diablo sobre la túnica de un santo señor. Cual saltimbanqui callejero el guía va de un mural al otro.

Un grupo de jóvenes canta en las calles llenas de basura del Paseo Hospicio. El sol pega sobre nuestras cabezas y nos hace apresurar el paso. Hay un hombre que duerme en el quicio de un portal, a unos metros tres chiquillos corretean y ríen. La fuente de los Fundadores me recuerda a la de Trevi pero en épocas de guerra y carestía...

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