Meridiano/ El Papa y México

AutorDavid Peñalfaro

llá por 1979 vivía yo en la ex región más transparente del aire, o sea en el DF, y fue ahí donde me enteré que el máximo dirigente del Vaticano estaba de visita en el país en una misión pastoral, viaje que por cierto realizaba tan sólo unos cuantos meses después de haber sido favorecido con el "voto popular" de los cardenales "jóvenes".

Había, es cierto, revuelo en la Ciudad de México por la visita del Obispo de Roma, pero por supuesto nada parecido a lo que se presenta ahora con la visita del Santo Padre.

Mi madre, como siempre, con voz dulce pero firme, me pidió que la acercara con el automóvil a la calle de Insurgentes, en donde pasaría el otrora Cardenal Wojtyla, ya que quería observar de cerca a Juan Pablo II. Debo de confesar que su solicitud me pareció en ese momento un poco rara, ya que no era ella muy cercana, por lo menos en su manera de actuar, a la Iglesia católica. Imagino ahora que su alejamiento tardío de la "Iglesia" provenía de no estar de acuerdo con ciertos preceptos que imponía el Vaticano, como el no control natal, por mencionar uno, con los que ella no estaba de acuerdo.

A pesar de mi extrañeza, por supuesto accedí a su demanda y nos enfilamos por Río Mixcoac, en una mañana extrañamente azul y soleada, hacia la Avenida de los Insurgentes.

En el camino hacia la principal arteria vial de la Ciudad de México iba viendo cómo grupos de personas, cada vez más nutridos, caminaban alegres para unirse al festejo popular que significaba la visita a estas tierras de aquel Santo Varón. Llegó un momento que lo compacto de multitud impedía el paso del carro, por lo cual despedí a mi madre deseándole suerte en su misión papal e inicié el camino de regreso a la casa.

Sin embargo, de alguna manera me fascinaba y me atraía ver todas a las personas de todas las clases sociales y edades (sólo el futbol había logrado ese fenómeno en nuestra clasista sociedad) que continuaban llegando, como ríos humanos, para ver al llamado heredero de San Pedro. Mi curiosidad no pudo más y en ese momento decidí estacionar el no tan poderoso datsun azul cielo y unirme jubiloso a la corriente humana que desfilaba hacia Insurgentes.

Pasaron varios minutos sin que a nadie pareciera importarle la demora que se llenaba de vítores y cánticos. Sin lugar a dudas, existe una emoción y una fuerza en todas las multitudes congregadas que están expectantes de un acontecimiento que vivirán juntos. De repente, ante los gritos, los alaridos, los llantos y los...

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